Abel Albino
Existe una máxima postulada en nutrición: la mortalidad infantil es un indicador indirecto de la desnutrición. Si en Misiones tenemos tasas de 12,3 por mil (cifra optimista), tendremos eso de desnutrición. Muchos pueden decir que no son cifras altas. Ahora, cuando les toca a los hijos de uno, es alto. Otros pueden considerar que los desnutridos graves no son tantos. Los que saben saben que éstos nunca aumentan del 3 por mil por una sencilla razón: porque se van muriendo.
Debemos reconocer que como país hemos cometido algunos errores. Los especialistas, cuando hablamos de desnutrición, estamos mal vistos; creen que estamos detrás de algo o de alguien. Pero nuestro país produce alimentos para 400 millones de personas y no puede mantener alimentados a 38 millones.
Es comprensible que esto ocurra en Africa, porque no hay recursos. Allí sí que hay mortalidad por hambre. Pero un país que produce alimentos no tiene hambre, tiene desidia. La Argentina tiene el doble de mortalidad infantil que Chile, un país con muchos menos recursos.
Es hora de dejar de pensar en las próximas elecciones y pensar en las próximas generaciones. Algunos suelen preguntarse acerca de la utilidad de que en el país haya cada vez más bocas que alimentar. Cuando hay más bocas hay también más brazos para trabajar y más cerebros para pensar. Hay que atacar la pobreza, no al pobre. Tenemos que terminar con la estúpida guerra del hombre contra el hombre e iniciar la única guerra que vale la pena: la del hombre contra el hambre. La desnutrición es la raíz de los problemas sociales argentinos; sin embargo, no es una política de Estado ni una preocupación.
Diario La Nacion - Martes 26 de Octubre de 2010
El autor es director de la Fundación Conin