Con
estas palabras define Aledo Meloni a Guido
Miranda. El próximo 11 de mayo el
escritor, periodista e historiador chaqueño cumpliría 100 años. Por tal motivo
es propicio repasar aquí la figura de uno de los escritores más importantes del
litoral. En esta ocasión podrán leer una
reseña completa sobre la Obra de Guido Miranda por Facundo Binda. Además un fragmento
de una entrevista realizada hace poco tiempo atrás al poeta Aledo Meloni por Paulo Ferreyra.
Miranda sinónimo de
cultura y compromiso social
Guido
Miranda despierta una sincera admiración entre aquellos que – por sus libros –
lo conocemos. Pero para muchos no pasa de ser un nombre al pie de un afiche,
que refiere al Complejo Cultural más importante de Resistencia. ¿De quién es
ese nombre que tantos litoraleños conocen, pero del que a la vez ignoran todo
lo demás? ¿Qué hechos, qué libros, que misterios se esconden tras las letras de
ese nombre? Una ventana a su obra, que más que conclusión, pretende ser
invitación. Pasen y vean.
Guido
Miranda nació en la ciudad santafesina de Vera, en 1912. A los doce años su
familia se trasladó al Chaco, donde Guido se graduará de maestro en 1930, y
comenzará entonces a ejercer la docencia en el interior. De su experiencia allí
adquirida nace en 1948 su libro La
escuela rural chaqueña. Al mismo tiempo acompaña su actividad educativa con
el periodismo, siendo redactor de La Opinión, Estampa Chaqueña, La Voz del Chaco y de El Territorio, entre otros, llegando incluso a ser director del
diario Norte. Como todo hombre
llamado a ser un gran escritor, Miranda se vuelve primero un gran lector y un
gran observador del Chaco. Favorece a ambas cosas los largos viajes en tren que
el autor realizaba hacia los pueblos del interior en donde enseñaba, trayectos
que aprovechaba para dedicarse sobre todo a la lectura histórica del Chaco y a
la observación del paisaje que cambiaba, abierto en picadas por los hacheros y
sembrado en capullos por los agricultores.
Pero
los vaivenes de la política nacional hacen que Miranda, simpatizante y
militante socialista, sea cesanteado de sus cargos docentes en 1949, ocasión
que más que doblegarlo lo lleva a Buenos Aires en busca de la riqueza
bibliográfica que la Biblioteca Nacional
y la Universidad
de La Plata pueden
darle, para una obra que ya está empezando a delinearse. Más Guido Miranda no
será nunca un historiador de oficio: sus vocaciones fueron la enseñanza y el
periodismo, su preparación totalmente autodidacta, y su estilo elegido: el
ensayístico. Por eso en sus libros los capítulos pueden ser leídos con relativa
independencia, y por ello más que hacer una correlación temporal, avanzan a
modo de círculos que retroceden y adelantan algo, y en donde el autor se deja
traslucir para dar sus impresiones sobre cada tema tratado.
En
1954 Guido Miranda participa de la fundación de la Editorial Norte
Argentino, donde al año siguiente verá la luz Tres ciclos chaqueños, formidable ensayo histórico sobre los
orígenes y el poblamiento de la actual Provincia del Chaco. Este es uno de los
libros fundantes de la cultura de la región, porque su profundidad, su análisis
de la colonización del entonces Territorio Nacional, supera ampliamente los
intereses puramente provinciales, analizando la influencia y fusión de
correntinos, santafesinos, paraguayos, santiagueños y muchos otros obrajeros y
colonos del litoral, que junto con los inmigrantes europeos dan al Chaco su
aspecto multicultural tan característico. Pero además toma distancia de los
escasos análisis históricos que hasta entonces había sobre el territorio
chaqueño, pues en vez de encarar su tarea desde lo político-institucional,
aborda la cuestión desde un marco económico-social, buscando allí las razones
del poblamiento.
Si
tuviéramos que resumir el contenido de esta magna obra, tal vez lo más justo
sería decir lo siguiente: El Chaco tiene un antes y un después marcado por la
colonización; la colonización a su vez se da en tres ciclos: el primero necesario para asegurar la frontera contra
los aborígenes levantados en armas y contra las pretensiones expansionistas del
Paraguay; el segundo movido por la industria de la madera, ya sea para el uso
en la construcción, ya para la extracción de tanino y obtención de combustible
vegetal; el tercero y último se da por la llegada masiva de los colonos
agricultores, que convierten a las secas tierras chaqueñas en un solar
algodonero. Pero vamos por partes.
El
primer ciclo, “Fundación”, empieza con una división tripartita de la nación
entonces creciente: al sur la pampa, cerealera y ganadera; al centro multitudes
de criollos, indios mansos y terratenientes; al norte, sólo las milicias y los
salvajes. El límite natural de esta nación era entonces el río Salado, sobre el
cual se sostenía la frontera por una hilera de fortines “que tenía la
incorpórea delgadez de un hilo enhebrando las sartas de un collar diseminadas
en el desierto”. Bajo los ideales del “bienestar social”, el ejército irá
empujando la “frontera civilizadora” cada vez más al norte. Pero Miranda
advierte que la razón real del avance es la “lucha formal por la posesión de
las tierras”. Tampoco deja en pie el lema “civilización o barbarie”: contra los
que sólo ven indios mansos ayudando a los blancos, el autor cita documentos en
los cuales podemos leer que en ambos bandos habían soldados pertenecientes al
de enfrente, mostrándonos así que “las poblaciones de frontera son centros de
transición entre la `civilización´ y la `barbarie´, por el intercambio de
personas, armas, usos, hábitos y conocimientos que opera en sus contornos”. No
hay entonces una conquista llana de una civilización sobre otra civilización,
sino un mestizamiento de las culturas
que entraban en contacto en los fortines. “La frontera venía a ser una línea de
fusión y no podía concebirse otra táctica que el avance gradual”, es decir, la
mutua asimilación de elementos ajenos.
En
otro ensayo de este primer ciclo, Prolegómenos
de la fundación, hace una nueva división tripartita, esta vez para
mostrarnos al Chaco como el punto de apoyo de un trípode geográfico y cultural:
por el este y nordeste, la hylea brasileña; por el oeste y noroeste, la aridez
andina; por el sur, la planicie austral; o de manera más sencilla, la
interfusión de selva, montaña y pampa. A su vez acompañados de sus
correspondientes culturas: los tupis brasileños, los quechuas andinos y los
guaycurúes o guaraníes rioplatenses. En esta tierra de encuentros de las
grandes desmesuras sudamericanas, habitaban ochenta mil aborígenes, entre
tobas, vilelas, sinipíes, espineros y mocovíes; donde otros hablan de salvajes
o barbarie, Miranda habla de valioso
capital humano “levantado en armas contra el blanco, que ha abusado de su
ignorancia explotándolo por el trabajo, el comercio o la violencia
desembozada”. Luego analiza las tres maneras (nuevamente tres) en que se los ha
sometido: mediante la evangelización, mediante la corrupción por los vicios o
simplemente con el fusilamiento en masa. La raza blanca que dice llevar el
progreso, la civilización, “no ha llevado más que la ruina” a estos pueblos
autóctonos.
En
el segundo ciclo, “Tanino”, empieza por analizar las precarias explotaciones
forestales de fines del siglo XIX, donde apenas si se merodeaba por los bosques
sobre la costa de los ríos, pues el transporte de los árboles talados era por
vía fluvial, y no había manera de acarrearlos desde el interior del quebrachal.
Pero el territorio chaqueño “era un enorme yacimiento con la materia prima
preparada de antemano, así que la explotación devino en una función meramente
depredadora”. Para evitar ese tan indeseado destino, durante el gobierno de
Avellaneda se toman medidas restrictorias referentes a la venta y la tala
indiscriminada; pero los favores políticos que siempre hubo en este país
hicieron que en pocos años todas las tierras de la sección oriental fueran
dadas en un irregular sistema de concesiones. La inmensidad del Chaco hacía
hablar a los hombres de la época de una “fuente de riqueza inagotable”; por
ello los empresarios elegían los árboles más corpulentos y centenarios, dejando
el resto a futuros explotadores.
Miranda
iguala la dureza del quebrachal con la rudeza los primeros obrajeros del Chaco,
que deben soportar el rigor de la seca y doliente tierra. Lentamente el bosque
empieza a bajar el río, rumbo a las metrópolis:
Contra los indios y
también con indios, oscuras masas de proletarios dieron cuerpo a la explotación
forestal entregando su fuerza de trabajo. Aspirados por la caudalosa corriente
del Parana, en pocos años miles de toneladas de madera dura extraídas del
Chaco, fueron trasladadas para la construcción de muelles, durmientes de vías
férreas, postes de telégrafo y alambrado, adoquines, viviendas, etcétera, del
Buenos Aires antiguo, La Plata,
Rosario y cien pueblos más”.
Hemos
dicho ya que la estructura de Tres ciclos
chaqueños no se agota en lo histórico, sino que toma un carácter
ensayístico. Movido por su admiración a André Malraux, Miranda hace una
analogía entre el hombre trágico del mundo antiguo y el hachero del Chaco; él
es victorioso sobre el quebracho al que tala y troza, pero a la vez esclavo del
severo sistema de vida al que lo somete el quebrachal. La vida del hachero se
vuelve así mítica, sus golpes secos en el monte nos resuenan en los oídos como
estampidos de un mundo lejano.
Guido
Miranda no demoniza al progreso: sabe que para la pujante nación, la madera
chaqueña se ha vuelto en un material necesario, por su dureza, para la
construcción; por lo que observa hasta entonces cierta interdependencia entre
la explotación de madera y la evolución de las ciudades; pero el descubrimiento
del tanino rompe esta explotación equilibrada atrayendo “la vorágine del
capitalismo internacional.” Entonces se dispara el interés de los capitales
extranjeros por el bosque chaqueño, y en 1902 se forma La
Forestal del Chaco,
primera compañía de extracto de quebracho, transformándose en 1906 en una
multinacional de capitales aportados por banqueros y ferroviarios, y
rebautizada Forestal Land, Timber and Railways
Company Ltd. Cuatro años más tarde este pulpo industrial posee 4 fábricas,
recibe la producción de otras 4, y al mismo tiempo se apresta a construir 4
más; dispone de 300 km
de vías férreas propias, 20 locomotoras, 300 vagones y coches, 4 puertos
fluviales, 25 buques... el gran monstruo transforma para siempre el Chaco: los
pequeños pueblos se ven inundados de obreros y hacheros, y al menos
momentáneamente, toda una generación pasa de una vida de miseria a una
situación de relativa comodidad.
Pero
el Chaco cada vez es más exprimido: la Primera Guerra
Mundial acaba con la importación de carbón de piedra, por lo que todos los
ferrocarriles argentinos recurren a la leña, usándose para los trenes del norte
el quebracho blanco y el urunday. El bosque chaqueño cae lentamente bajo el
filo del hacha, y la fluctuación del precio internacional del tanino lleva al
cierre de muchas fábricas (absorbidas por La Forestal), que arrastran
consigo a los pueblos atados a su destino. Miranda continúa analizando la
situación de este producto y sus secuelas hasta los años previos al de
publicación del libro, y si bien no puede adivinar el futuro de La Forestal, que se marchará
dejando miseria tras sus huellas, advierte ya la introducción de la fuerte
competencia resultado de otras especies arborícolas (la mimosa a la cabeza) y
la evolución de productos sintéticos para curtiembre que reemplazarán al
extracto de quebracho.
Antes
de cerrar este ciclo, analiza y compara la situación de los obrajes argentinos,
separándolos – una vez más – en tres: los de la Patagonia, los de la
selva misionera y los de la selva chaqueña. Para Miranda son los obrajes
chaqueños los que mejores condiciones de trabajo y organización obrera exhiben:
en el sur el frío, la nieve y la miseria condiciona a los hacheros; en la selva
misionera, son las fiebres y el látigo del capanga los que los tienen a merced.
Ambos están internados en espacios vacíos, despoblados, alejados de cualquier
rastro de civilización o sociedad. En cambio, en los obrajes chaqueños siempre
hay un par de vías que conducen a alguna ciudad cercana, y el contacto entre
los obreros es más intenso, por lo que están además mejor organizados,
demostrando su potencial capacidad revolucionaria en huelgas y levantamientos.
Por
último, el tercer ciclo, “Algodón”, hace su irrupción. La pluma ensayística de
Guido Miranda otra vez nos regala maravillosas líneas:
La caída de la
primera semilla de algodón en el suelo chaqueño habrá sido un hecho similar al
abrazo de dos entes predestinados a unirse tras una larga espera. Ninguna
simiente, hasta el día de hoy, ha resultado tan adecuada para la naturaleza de
la tierra y las cualidades del clima.
El
comienzo del cultivo del algodón en los últimos suspiros del siglo XIX da comienzo
también al mito del “oro blanco”, siendo Marcos Briolini el primero en instalar
una desmontadora de algodón y el primero en obtener una variedad adaptada al
medio, a través de una hibridación tipificada al suelo, que denominó Tipo Chaco. Nuevamente es la Primera Guerra Mundial la que
incide en la explosión de un producto chaqueño, pues con ella se elevan las
hectáreas sembradas de 3.075 en 1917
a más de 110.000 en 1925. La fiebre del algodón lleva al
hombre chaqueño a abrir picadas en el monte, a desagotar esteros, a curtirse la
piel y herir la reseca tierra con el arado. A su vez el Tipo Chaco evoluciona
en variedades cada vez más adaptadas al suelo, elevándose con ello el
rendimiento por hectárea y por tonelada.
En
uno de los ensayos de este ciclo, El
intruso, es donde más se explaya la maestría de la pluma de Guido Miranda.
Primero opone al latifundista de la Argentina “vieja” – propietario de grandes
extensiones de tierra que mantiene ociosas – con el colono del Chaco, que encuentra en esta tierra un escape al sistema
arrendatario que es la ruina de los otros agricultores de la nación. Gran parte
de la enorme masa de inmigrantes llegados a la Argentina son esparcidos
en estas tierras por el Estado: polacos, italianos, alemanes, yugoslavos,
búlgaros, alemanes...
Estos seres rubios,
de rostro blanco-enrojecido, ojos claros, rasgos laxos y mudables, cabellos
rebeldes, lenguaje bronco; violentos, volubles, sufridos, ingenuos, sensuales;
con un largo pasado de privaciones, dolores y angustias de las guerras que
arreciaron sobre sus vidas, constituyen una vertiente distinta en la
sedimentación racial del Chaco; por eso generalmente se los ha llamado
“gringos”, con un sentido propio de la palabra, enajenado de toda intención
peyorativa, para significar su enérgica tonalidad étnica, discrepante e
inescrutable. Pues bien, a estos gringos de paso corto, ambiciosos, alucinados
y fanáticos, se debe el espléndido blancor de la sabana algodonera.
Cuando
Guido Miranda usa el término intruso, lo está haciendo funcionar en un triple
sentido: intruso es el europeo, respecto al obrajero correntino, santiagueño o
aborigen que parte sus espaldas con el hacha; intruso es el capullo blanco del
algodón, cultivo también inmigrante, que se apodera de las tierras que antes
fueran del quebracho, hijo natural del Chaco; pero también el término intruso
hace alusión al precario estado legal en que están estos hombres venidos a
cultivar, pues no poseen título sobre las tierras en que sudan sus días. Arando
tierras fiscales o usurpadas a desconocidos propietarios, su situación legal es
frágil en extremo. Y por ello Miranda advierte: hasta que no se resuelva la
situación legal de estos agricultores, ningún gobernante chaqueño puede estar
seguro de que no serán despojados de un día para el otro de las tierras que
ellos labran.
Hablamos
antes de la importancia que dio Guido Miranda a la agremiación y resistencia de
los obrajeros chaqueños. Mucho mayor es la que concede a los agricultores en su
ensayo El frente algodonero. Por un
lado hay un fomento del cooperativismo agrícola impulsado por el Ministerio de
Agricultura, que lleva a que en 1925 ya sean siete las Cooperativas chaqueñas.
Pero es al año siguiente cuando estas toman mayor importancia, por el ingreso
de Bunge y Born al mercado del “oro blanco”, tratando – como tuvo siempre por
metodología – de monopolizar el producto:
De esta manera, las
Cooperativas Agrícolas, surgidas al calor de un vago anhelo de mejoramiento y
de fraternidad, para abaratar el costo de comercialización, se convierten
imprevisiblemente en la única fuerza activa, osada y combativa de la comarca,
frente al poderío implacable del “trust”.
Miranda
destaca como los colonos, salvando sus diferencias de nacionalidades de origen,
de lenguas, educación y temperamento, supieron aunarse para consolidar obras en
beneficios de todos – por ejemplo, formaron consorcios camineros para facilitar
el traslado de sus productos – y también para la defensa de la producción,
cuando el mercado dominado por el grupo antes mencionado quería pagar precios
inferiores al costo de producción. Durante 1934 hubo una negativa de venta del
algodón que finalmente se solucionó por una repentina alza del precio del
producto, pero durante la cosecha de 1935/36 los agrarios resuelven paralizar
la venta de la producción al precio irrisorio del mercado, apoyado por
cosecheros, obreros de las desmontadoras, comerciantes modestos, etcétera,
dando al conflicto el carácter de una huelga general, contra los excesos de los
acopiadores. La respuesta del poder por medio de su mano armada, no es de
sorprender a los nacidos en esta violenta Sudamérica:
La policía asalta
asambleas de agricultores; detiene, encarcela y tortura dirigentes; reprime con
violencia toda demostración de solidaridad con el movimiento y coacciona la
venta del algodón de las chacras.
De
todos los medios que cubren el conflicto, sólo La Prensa
se levanta en defensa de los productores, insinuando en sus páginas la
existencia de un acuerdo ilícito entre los acopiadores; este hecho toma
relevancia parlamentaria, en donde se reconoce la legitimidad de la huelga de
los colonos y se nombra una comisión para que investigue la existencia de un
trust del algodón, comisión que dilató sus actividades año tras año hasta la
disolución del parlamento por la revolución del `43.
Finalmente,
Guido Miranda nos habla de Otros obreros
de la colonización: aquellos que colaboraron con la forja del Territorio
Nacional desde su promoción en las grandes ciudades – como lo hiciera Juan Mac
Lean –, o la entrega entera y desinteresada por esta provincia naciente, como
el primer médico del Chaco, Julio Perrando, o el gran educador de Sáenz Peña,
Antonio Ramón Fernández:
Ninguno es oriundo
del Territorio; de todos puede decirse que vinieron al Chaco sabiendo lo que su
nombre representaba en términos de leyenda y lo que el orbe geográfico
corporizaba con severos elementos reacios a la penetración humana. No se
arredraron ante la dureza de las circunstancias inmediatas y redimieron de
antemano su aventura con la aceptación de la realidad chaqueña. Estuvieron
animados por un recóndito anhelo generalmente inexpresado de inscribir su
victoria personal sobre la inclemencia contendiente del bosque, el indio y el
clima.
Miranda
termina el libro con una visión de optimismo hacia el futuro, preguntándose de
qué carencia no podrá dar cuenta el espíritu de empresa del colono chaqueño;
fundado en la historia del sometimiento de esta tierra, avizora un futuro
promisorio.
Once
años más tarde, en 1966, Guido Miranda da luz en la misma editorial a Al norte del paralelo 28. Aquí las preocupaciones son otras:
la lectura de obras literarias referidas al Chaco y la reflexión y comparación
entre lo que allí se ficcionaliza y la realidad que nuestro autor observa. También
podemos encontrarnos con el resultado natural de la explotación desmedida del
quebracho; el chaco santafesino, lugar alguna vez llamado “de riqueza
inagotable”, es ahora una llanura sin árboles. Pero también por esos años se
dan tres acontecimientos que el autor considera serán claves para el desarrollo
del Chaco: el Primer Congreso Nacional del Bermejo, la promoción y fundación de
la Universidad Nacional
del Nordeste y la provincialización y sanción de la Constitución
Provincial.
Ciudadano
Ilustre de la ciudad de Resistencia, doctor Honoris Causa de la UNNE, Guido Miranda dejó un
legado que excede en mucho sus aportes historiográficos: enseñó una manera de
leer e interpretar el heroico pasado chaqueño para configurar un presente y
futuro promisorios. Este hombre que dejó su vida corporal en 1994 para volver
hecho Complejo Cultural en 1997, y que aún hoy sigue siendo sinónimo de cultura
y compromiso social.
por facundo binda
Para Aledo Meloni
Guido Miranda era “un amigo y un hermano”
Hace
poco tiempo atrás cuando charlaba con Aledo Meloni el manifestaba que Guido
Miranda era un “amigo y un hermano”.
Sobre su trabajo periodístico sostuvo, “hoy los periodistas tienen una
gran ayuda con Internet, antes había que usar mucho la cabeza y salir a
investigar en la calle. Según me dicen
en internet se encuentra de todo. Guido
Miranda, que era un amigo y un hermano para mí, el escribía una editorial por
día. Todavía no sé cómo hacía para
escribir tanto y tan bien”. Entonces le
manifestó que sería importante hacer un libro con esas editoriales, Aledo con
su sonrisa silenciosa dispara, “No. Un
libro no. Varios libros podrían hacerse
con las editoriales de Guido Miranda. De
él se editaron sus cinco o seis libros fundamentales para la historia del Chaco
y su proyección. Las editoriales en
cambio están resguardadas en el papel amarillo del diario”.
Por paulo ferreyra
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