miércoles, 9 de mayo de 2012

“Propulsor de Cultura”


Con estas palabras define Aledo Meloni a Guido Miranda.  El próximo 11 de mayo el escritor, periodista e historiador chaqueño cumpliría 100 años. Por tal motivo es propicio repasar aquí la figura de uno de los escritores más importantes del litoral.  En esta ocasión podrán leer una reseña completa sobre la Obra de Guido Miranda por Facundo Binda.  Además un fragmento de una entrevista realizada hace poco tiempo atrás al poeta Aledo Meloni por Paulo Ferreyra.




Miranda sinónimo de cultura y compromiso social

Guido Miranda despierta una sincera admiración entre aquellos que – por sus libros – lo conocemos. Pero para muchos no pasa de ser un nombre al pie de un afiche, que refiere al Complejo Cultural más importante de Resistencia. ¿De quién es ese nombre que tantos litoraleños conocen, pero del que a la vez ignoran todo lo demás? ¿Qué hechos, qué libros, que misterios se esconden tras las letras de ese nombre? Una ventana a su obra, que más que conclusión, pretende ser invitación. Pasen y vean.


Guido Miranda nació en la ciudad santafesina de Vera, en 1912. A los doce años su familia se trasladó al Chaco, donde Guido se graduará de maestro en 1930, y comenzará entonces a ejercer la docencia en el interior. De su experiencia allí adquirida nace en 1948 su libro La escuela rural chaqueña. Al mismo tiempo acompaña su actividad educativa con el periodismo, siendo redactor de La Opinión, Estampa Chaqueña, La Voz del Chaco y de El Territorio, entre otros, llegando incluso a ser director del diario Norte. Como todo hombre llamado a ser un gran escritor, Miranda se vuelve primero un gran lector y un gran observador del Chaco. Favorece a ambas cosas los largos viajes en tren que el autor realizaba hacia los pueblos del interior en donde enseñaba, trayectos que aprovechaba para dedicarse sobre todo a la lectura histórica del Chaco y a la observación del paisaje que cambiaba, abierto en picadas por los hacheros y sembrado en capullos por los agricultores.

Pero los vaivenes de la política nacional hacen que Miranda, simpatizante y militante socialista, sea cesanteado de sus cargos docentes en 1949, ocasión que más que doblegarlo lo lleva a Buenos Aires en busca de la riqueza bibliográfica que la Biblioteca Nacional y la Universidad de La Plata pueden darle, para una obra que ya está empezando a delinearse. Más Guido Miranda no será nunca un historiador de oficio: sus vocaciones fueron la enseñanza y el periodismo, su preparación totalmente autodidacta, y su estilo elegido: el ensayístico. Por eso en sus libros los capítulos pueden ser leídos con relativa independencia, y por ello más que hacer una correlación temporal, avanzan a modo de círculos que retroceden y adelantan algo, y en donde el autor se deja traslucir para dar sus impresiones sobre cada tema tratado.

En 1954 Guido Miranda participa de la fundación de la Editorial Norte Argentino, donde al año siguiente verá la luz Tres ciclos chaqueños, formidable ensayo histórico sobre los orígenes y el poblamiento de la actual Provincia del Chaco. Este es uno de los libros fundantes de la cultura de la región, porque su profundidad, su análisis de la colonización del entonces Territorio Nacional, supera ampliamente los intereses puramente provinciales, analizando la influencia y fusión de correntinos, santafesinos, paraguayos, santiagueños y muchos otros obrajeros y colonos del litoral, que junto con los inmigrantes europeos dan al Chaco su aspecto multicultural tan característico. Pero además toma distancia de los escasos análisis históricos que hasta entonces había sobre el territorio chaqueño, pues en vez de encarar su tarea desde lo político-institucional, aborda la cuestión desde un marco económico-social, buscando allí las razones del poblamiento.

Si tuviéramos que resumir el contenido de esta magna obra, tal vez lo más justo sería decir lo siguiente: El Chaco tiene un antes y un después marcado por la colonización; la colonización a su vez se da en tres ciclos: el primero necesario para asegurar la frontera contra los aborígenes levantados en armas y contra las pretensiones expansionistas del Paraguay; el segundo movido por la industria de la madera, ya sea para el uso en la construcción, ya para la extracción de tanino y obtención de combustible vegetal; el tercero y último se da por la llegada masiva de los colonos agricultores, que convierten a las secas tierras chaqueñas en un solar algodonero. Pero vamos por partes.

El primer ciclo, “Fundación”, empieza con una división tripartita de la nación entonces creciente: al sur la pampa, cerealera y ganadera; al centro multitudes de criollos, indios mansos y terratenientes; al norte, sólo las milicias y los salvajes. El límite natural de esta nación era entonces el río Salado, sobre el cual se sostenía la frontera por una hilera de fortines “que tenía la incorpórea delgadez de un hilo enhebrando las sartas de un collar diseminadas en el desierto”. Bajo los ideales del “bienestar social”, el ejército irá empujando la “frontera civilizadora” cada vez más al norte. Pero Miranda advierte que la razón real del avance es la “lucha formal por la posesión de las tierras”. Tampoco deja en pie el lema “civilización o barbarie”: contra los que sólo ven indios mansos ayudando a los blancos, el autor cita documentos en los cuales podemos leer que en ambos bandos habían soldados pertenecientes al de enfrente, mostrándonos así que “las poblaciones de frontera son centros de transición entre la `civilización´ y la `barbarie´, por el intercambio de personas, armas, usos, hábitos y conocimientos que opera en sus contornos”. No hay entonces una conquista llana de una civilización sobre otra civilización, sino un mestizamiento de las culturas que entraban en contacto en los fortines. “La frontera venía a ser una línea de fusión y no podía concebirse otra táctica que el avance gradual”, es decir, la mutua asimilación de elementos ajenos.

En otro ensayo de este primer ciclo, Prolegómenos de la fundación, hace una nueva división tripartita, esta vez para mostrarnos al Chaco como el punto de apoyo de un trípode geográfico y cultural: por el este y nordeste, la hylea brasileña; por el oeste y noroeste, la aridez andina; por el sur, la planicie austral; o de manera más sencilla, la interfusión de selva, montaña y pampa. A su vez acompañados de sus correspondientes culturas: los tupis brasileños, los quechuas andinos y los guaycurúes o guaraníes rioplatenses. En esta tierra de encuentros de las grandes desmesuras sudamericanas, habitaban ochenta mil aborígenes, entre tobas, vilelas, sinipíes, espineros y mocovíes; donde otros hablan de salvajes o barbarie, Miranda habla de valioso capital humano “levantado en armas contra el blanco, que ha abusado de su ignorancia explotándolo por el trabajo, el comercio o la violencia desembozada”. Luego analiza las tres maneras (nuevamente tres) en que se los ha sometido: mediante la evangelización, mediante la corrupción por los vicios o simplemente con el fusilamiento en masa. La raza blanca que dice llevar el progreso, la civilización, “no ha llevado más que la ruina” a estos pueblos autóctonos.

En el segundo ciclo, “Tanino”, empieza por analizar las precarias explotaciones forestales de fines del siglo XIX, donde apenas si se merodeaba por los bosques sobre la costa de los ríos, pues el transporte de los árboles talados era por vía fluvial, y no había manera de acarrearlos desde el interior del quebrachal. Pero el territorio chaqueño “era un enorme yacimiento con la materia prima preparada de antemano, así que la explotación devino en una función meramente depredadora”. Para evitar ese tan indeseado destino, durante el gobierno de Avellaneda se toman medidas restrictorias referentes a la venta y la tala indiscriminada; pero los favores políticos que siempre hubo en este país hicieron que en pocos años todas las tierras de la sección oriental fueran dadas en un irregular sistema de concesiones. La inmensidad del Chaco hacía hablar a los hombres de la época de una “fuente de riqueza inagotable”; por ello los empresarios elegían los árboles más corpulentos y centenarios, dejando el resto a futuros explotadores.

Miranda iguala la dureza del quebrachal con la rudeza los primeros obrajeros del Chaco, que deben soportar el rigor de la seca y doliente tierra. Lentamente el bosque empieza a bajar el río, rumbo a las metrópolis:

Contra los indios y también con indios, oscuras masas de proletarios dieron cuerpo a la explotación forestal entregando su fuerza de trabajo. Aspirados por la caudalosa corriente del Parana, en pocos años miles de toneladas de madera dura extraídas del Chaco, fueron trasladadas para la construcción de muelles, durmientes de vías férreas, postes de telégrafo y alambrado, adoquines, viviendas, etcétera, del Buenos Aires antiguo, La Plata, Rosario y cien pueblos más”.

Hemos dicho ya que la estructura de Tres ciclos chaqueños no se agota en lo histórico, sino que toma un carácter ensayístico. Movido por su admiración a André Malraux, Miranda hace una analogía entre el hombre trágico del mundo antiguo y el hachero del Chaco; él es victorioso sobre el quebracho al que tala y troza, pero a la vez esclavo del severo sistema de vida al que lo somete el quebrachal. La vida del hachero se vuelve así mítica, sus golpes secos en el monte nos resuenan en los oídos como estampidos de un mundo lejano.

Guido Miranda no demoniza al progreso: sabe que para la pujante nación, la madera chaqueña se ha vuelto en un material necesario, por su dureza, para la construcción; por lo que observa hasta entonces cierta interdependencia entre la explotación de madera y la evolución de las ciudades; pero el descubrimiento del tanino rompe esta explotación equilibrada atrayendo “la vorágine del capitalismo internacional.” Entonces se dispara el interés de los capitales extranjeros por el bosque chaqueño, y en 1902 se forma La Forestal del Chaco, primera compañía de extracto de quebracho, transformándose en 1906 en una multinacional de capitales aportados por banqueros y ferroviarios, y rebautizada Forestal Land, Timber and Railways Company Ltd. Cuatro años más tarde este pulpo industrial posee 4 fábricas, recibe la producción de otras 4, y al mismo tiempo se apresta a construir 4 más; dispone de 300 km de vías férreas propias, 20 locomotoras, 300 vagones y coches, 4 puertos fluviales, 25 buques... el gran monstruo transforma para siempre el Chaco: los pequeños pueblos se ven inundados de obreros y hacheros, y al menos momentáneamente, toda una generación pasa de una vida de miseria a una situación de relativa comodidad.

Pero el Chaco cada vez es más exprimido: la Primera Guerra Mundial acaba con la importación de carbón de piedra, por lo que todos los ferrocarriles argentinos recurren a la leña, usándose para los trenes del norte el quebracho blanco y el urunday. El bosque chaqueño cae lentamente bajo el filo del hacha, y la fluctuación del precio internacional del tanino lleva al cierre de muchas fábricas (absorbidas por La Forestal), que arrastran consigo a los pueblos atados a su destino. Miranda continúa analizando la situación de este producto y sus secuelas hasta los años previos al de publicación del libro, y si bien no puede adivinar el futuro de La Forestal, que se marchará dejando miseria tras sus huellas, advierte ya la introducción de la fuerte competencia resultado de otras especies arborícolas (la mimosa a la cabeza) y la evolución de productos sintéticos para curtiembre que reemplazarán al extracto de quebracho.

Antes de cerrar este ciclo, analiza y compara la situación de los obrajes argentinos, separándolos – una vez más – en tres: los de la Patagonia, los de la selva misionera y los de la selva chaqueña. Para Miranda son los obrajes chaqueños los que mejores condiciones de trabajo y organización obrera exhiben: en el sur el frío, la nieve y la miseria condiciona a los hacheros; en la selva misionera, son las fiebres y el látigo del capanga los que los tienen a merced. Ambos están internados en espacios vacíos, despoblados, alejados de cualquier rastro de civilización o sociedad. En cambio, en los obrajes chaqueños siempre hay un par de vías que conducen a alguna ciudad cercana, y el contacto entre los obreros es más intenso, por lo que están además mejor organizados, demostrando su potencial capacidad revolucionaria en huelgas y levantamientos.

Por último, el tercer ciclo, “Algodón”, hace su irrupción. La pluma ensayística de Guido Miranda otra vez nos regala maravillosas líneas:

La caída de la primera semilla de algodón en el suelo chaqueño habrá sido un hecho similar al abrazo de dos entes predestinados a unirse tras una larga espera. Ninguna simiente, hasta el día de hoy, ha resultado tan adecuada para la naturaleza de la tierra y las cualidades del clima.

El comienzo del cultivo del algodón en los últimos suspiros del siglo XIX da comienzo también al mito del “oro blanco”, siendo Marcos Briolini el primero en instalar una desmontadora de algodón y el primero en obtener una variedad adaptada al medio, a través de una hibridación tipificada al suelo, que denominó Tipo Chaco. Nuevamente es la Primera Guerra Mundial la que incide en la explosión de un producto chaqueño, pues con ella se elevan las hectáreas sembradas de 3.075 en 1917 a más de 110.000 en 1925. La fiebre del algodón lleva al hombre chaqueño a abrir picadas en el monte, a desagotar esteros, a curtirse la piel y herir la reseca tierra con el arado. A su vez el Tipo Chaco evoluciona en variedades cada vez más adaptadas al suelo, elevándose con ello el rendimiento por hectárea y por tonelada.

En uno de los ensayos de este ciclo, El intruso, es donde más se explaya la maestría de la pluma de Guido Miranda. Primero opone al latifundista de la Argentina “vieja” – propietario de grandes extensiones de tierra que mantiene ociosas – con el colono del Chaco, que encuentra en esta tierra un escape al sistema arrendatario que es la ruina de los otros agricultores de la nación. Gran parte de la enorme masa de inmigrantes llegados a la Argentina son esparcidos en estas tierras por el Estado: polacos, italianos, alemanes, yugoslavos, búlgaros, alemanes...

Estos seres rubios, de rostro blanco-enrojecido, ojos claros, rasgos laxos y mudables, cabellos rebeldes, lenguaje bronco; violentos, volubles, sufridos, ingenuos, sensuales; con un largo pasado de privaciones, dolores y angustias de las guerras que arreciaron sobre sus vidas, constituyen una vertiente distinta en la sedimentación racial del Chaco; por eso generalmente se los ha llamado “gringos”, con un sentido propio de la palabra, enajenado de toda intención peyorativa, para significar su enérgica tonalidad étnica, discrepante e inescrutable. Pues bien, a estos gringos de paso corto, ambiciosos, alucinados y fanáticos, se debe el espléndido blancor de la sabana algodonera.

Cuando Guido Miranda usa el término intruso, lo está haciendo funcionar en un triple sentido: intruso es el europeo, respecto al obrajero correntino, santiagueño o aborigen que parte sus espaldas con el hacha; intruso es el capullo blanco del algodón, cultivo también inmigrante, que se apodera de las tierras que antes fueran del quebracho, hijo natural del Chaco; pero también el término intruso hace alusión al precario estado legal en que están estos hombres venidos a cultivar, pues no poseen título sobre las tierras en que sudan sus días. Arando tierras fiscales o usurpadas a desconocidos propietarios, su situación legal es frágil en extremo. Y por ello Miranda advierte: hasta que no se resuelva la situación legal de estos agricultores, ningún gobernante chaqueño puede estar seguro de que no serán despojados de un día para el otro de las tierras que ellos labran.

Hablamos antes de la importancia que dio Guido Miranda a la agremiación y resistencia de los obrajeros chaqueños. Mucho mayor es la que concede a los agricultores en su ensayo El frente algodonero. Por un lado hay un fomento del cooperativismo agrícola impulsado por el Ministerio de Agricultura, que lleva a que en 1925 ya sean siete las Cooperativas chaqueñas. Pero es al año siguiente cuando estas toman mayor importancia, por el ingreso de Bunge y Born al mercado del “oro blanco”, tratando – como tuvo siempre por metodología – de monopolizar el producto:

De esta manera, las Cooperativas Agrícolas, surgidas al calor de un vago anhelo de mejoramiento y de fraternidad, para abaratar el costo de comercialización, se convierten imprevisiblemente en la única fuerza activa, osada y combativa de la comarca, frente al poderío implacable del “trust”.

Miranda destaca como los colonos, salvando sus diferencias de nacionalidades de origen, de lenguas, educación y temperamento, supieron aunarse para consolidar obras en beneficios de todos – por ejemplo, formaron consorcios camineros para facilitar el traslado de sus productos – y también para la defensa de la producción, cuando el mercado dominado por el grupo antes mencionado quería pagar precios inferiores al costo de producción. Durante 1934 hubo una negativa de venta del algodón que finalmente se solucionó por una repentina alza del precio del producto, pero durante la cosecha de 1935/36 los agrarios resuelven paralizar la venta de la producción al precio irrisorio del mercado, apoyado por cosecheros, obreros de las desmontadoras, comerciantes modestos, etcétera, dando al conflicto el carácter de una huelga general, contra los excesos de los acopiadores. La respuesta del poder por medio de su mano armada, no es de sorprender a los nacidos en esta violenta Sudamérica:

La policía asalta asambleas de agricultores; detiene, encarcela y tortura dirigentes; reprime con violencia toda demostración de solidaridad con el movimiento y coacciona la venta del algodón de las chacras.

De todos los medios que cubren el conflicto, sólo La Prensa se levanta en defensa de los productores, insinuando en sus páginas la existencia de un acuerdo ilícito entre los acopiadores; este hecho toma relevancia parlamentaria, en donde se reconoce la legitimidad de la huelga de los colonos y se nombra una comisión para que investigue la existencia de un trust del algodón, comisión que dilató sus actividades año tras año hasta la disolución del parlamento por la revolución del `43.

Finalmente, Guido Miranda nos habla de Otros obreros de la colonización: aquellos que colaboraron con la forja del Territorio Nacional desde su promoción en las grandes ciudades – como lo hiciera Juan Mac Lean –, o la entrega entera y desinteresada por esta provincia naciente, como el primer médico del Chaco, Julio Perrando, o el gran educador de Sáenz Peña, Antonio Ramón Fernández:

Ninguno es oriundo del Territorio; de todos puede decirse que vinieron al Chaco sabiendo lo que su nombre representaba en términos de leyenda y lo que el orbe geográfico corporizaba con severos elementos reacios a la penetración humana. No se arredraron ante la dureza de las circunstancias inmediatas y redimieron de antemano su aventura con la aceptación de la realidad chaqueña. Estuvieron animados por un recóndito anhelo generalmente inexpresado de inscribir su victoria personal sobre la inclemencia contendiente del bosque, el indio y el clima.

Miranda termina el libro con una visión de optimismo hacia el futuro, preguntándose de qué carencia no podrá dar cuenta el espíritu de empresa del colono chaqueño; fundado en la historia del sometimiento de esta tierra, avizora un futuro promisorio.

Once años más tarde, en 1966, Guido Miranda da luz en la misma editorial a Al norte del paralelo 28. Aquí las preocupaciones son otras: la lectura de obras literarias referidas al Chaco y la reflexión y comparación entre lo que allí se ficcionaliza y la realidad que nuestro autor observa. También podemos encontrarnos con el resultado natural de la explotación desmedida del quebracho; el chaco santafesino, lugar alguna vez llamado “de riqueza inagotable”, es ahora una llanura sin árboles. Pero también por esos años se dan tres acontecimientos que el autor considera serán claves para el desarrollo del Chaco: el Primer Congreso Nacional del Bermejo, la promoción y fundación de la Universidad Nacional del Nordeste y la provincialización y sanción de la Constitución Provincial.

Ciudadano Ilustre de la ciudad de Resistencia, doctor Honoris Causa de la UNNE, Guido Miranda dejó un legado que excede en mucho sus aportes historiográficos: enseñó una manera de leer e interpretar el heroico pasado chaqueño para configurar un presente y futuro promisorios. Este hombre que dejó su vida corporal en 1994 para volver hecho Complejo Cultural en 1997, y que aún hoy sigue siendo sinónimo de cultura y compromiso social.

por facundo binda




Para Aledo Meloni Guido Miranda era “un amigo y un hermano”

Hace poco tiempo atrás cuando charlaba con Aledo Meloni el manifestaba que Guido Miranda era un “amigo y un hermano”.  Sobre su trabajo periodístico sostuvo, “hoy los periodistas tienen una gran ayuda con Internet, antes había que usar mucho la cabeza y salir a investigar en la calle.  Según me dicen en internet se encuentra de todo.  Guido Miranda, que era un amigo y un hermano para mí, el escribía una editorial por día.  Todavía no sé cómo hacía para escribir tanto y tan bien”.  Entonces le manifestó que sería importante hacer un libro con esas editoriales, Aledo con su sonrisa silenciosa dispara, “No.  Un libro no.  Varios libros podrían hacerse con las editoriales de Guido Miranda.  De él se editaron sus cinco o seis libros fundamentales para la historia del Chaco y su proyección.  Las editoriales en cambio están resguardadas en el papel amarillo del diario”.


Por paulo ferreyra

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