lunes, 18 de febrero de 2013

Los árboles ya no mueren de pie



"No vamos a tirar un solo árbol. Los árboles son sagrados, no se tocan. Por lo menos acá en El Calafate, sobre mi cadáver", dijo sin ruborizarse la Presidenta Cristina Fernández en uno de sus duelos verbales con su adversario-socio Mauricio Macri.   La Presidenta parece tener poco respeto por su propio cadáver. La verdad es que desde la sanción de la ley de bosques de mi autoría, se han derribado millones de árboles. Según Hernán Giardini de Greenpeace, "de las 200 mil hectáreas que fueron deforestadas en 2012, podría estimarse que unos 40 millones de árboles desaparecieron". 


Tala de árboles nativos en la provincia de Misiones


¿Pero qué importa la realidad en el reino del revés?. Las palabras están definitivamente divorciadas de los hechos. Un ejemplo entre cientos: Julio De Vido declaró enfáticamente que este verano no se repetirían los clásicos apagones de todos los años. Lo releí ayer, a la luz de las velas, en uno de los proverbiales apagones que nos obsequia Edesur para que reconstruyamos el ambiente tórrido y tenebroso en que trabajaban los padres de la Patria. Un homenaje más al Bicentenario.

Las mentiras del poder podrían causar gracia, si no fuera porque acarrean desgracia. En el caso de los bosques nativos, hay que enfatizar -como lo hice hace poco en una columna de opinión reproducida en este facebook- que el desmonte de las forestas no sólo elimina para siempre árboles autóctonos y añosos; afecta decisivamente la biodiversidad y favorece a señores feudales del Norte argentino que no vacilan en asesinar a campesinos para expulsarlos de sus tierras y sus bosques. (Ver especialmente los casos de Salta, Santiago del Estero, Chaco, Formosa y Misiones). 

La contracara presupuestaria de la canción de gesta presidencial es elocuente: la Ley 26.331 de Presupuestos Mínimos para la Protección de los Bosques Nativos ha sido sistemáticamente violada por el Poder Ejecutivo en los diversos presupuestos desde que fue sancionada, en 2007. 

La Presidenta de la República nunca cumplió el artículo 31 de la ley, por el cual se asigna al Fondo Nacional para el Enriquecimiento y la Conservación de los Bosques Nativos, el 0,3 % del presupuesto nacional, más el 2 por ciento del total de las retenciones a las exportaciones provenientes de la agricultura, la ganadería y el sector forestal. Este año, por ejemplo, le hubiera correspondido al Fondo una partida de 2.300 (dos mil trescientos) millones de pesos y apenas fue de 230 (doscientos treinta) millones. Es decir, diez veces menos.

Pero la ley no sólo ha sido violada por el Ejecutivo, también ha sido malversada con la impudicia que caracteriza a esta gente en materia de fondos públicos. En 2010, el entonces Jefe de Gabinete Aníbal Fernández le sacó al presupuesto de bosques nativos 144 millones de pesos para pasárselos al más vistoso Fútbol para Todos. 

El desprecio presidencial por los árboles quedó demostrado desde la misma sanción hace seis años: la norma tardó 14 meses en ser reglamentada por el Poder Ejecutivo. La Presidenta recién la reglamentó horas después del trágico alud de Tartagal, causado precisamente por la deforestación. Nuestro país, ya lo dijimos hasta el cansancio, se encuentra en emergencia forestal. En los últimos setenta años perdimos el 70 por ciento de nuestras selvas originales. 

¿Cuántos árboles más perderemos al calor de los intereses de Monsanto, cuidadosamente mimados por el proyecto "nacional y popular"? ¿Qué restará de nuestras selvas originarias si seguimos deforestando a razón de 200 mil hectáreas por año? ¿Qué destino tendrán las comunidades campesinas y las especies en extinción si la frontera agropecuaria sigue expandiéndose hacia el Norte?

Para qué pensar de verdad una respuesta si basta con twitear una frase de opereta desde El Calafate. Si escribiera en estos días, el dramaturgo republicano español Alejandro Casona debería reformar el título de su obra más famosa, porque ya hace mucho tiempo que los árboles no mueren de pie.

Para ampliar este y otros temas visite además el blog de Miguel Bonasso

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