"Todo en el
mundo comienza con un sí" dice Clarice, pero siempre hay una escena que se
atreve a contradecirla. Esta historia no comienza sino que termina. Ángeles,
por ejemplo, fue en el sentido contrario. “No, punto final. No creo en las
pausas. Una historia continúa o se termina, no hay pausas. No", insistió.
En la librería el
orden de los libros es impecable: a mis espaldas está la sección de música, más
allá están las de psicología y filosofía. Frente a mí están los libros, y
detrás mío su cara mirando la vidriera que da a la calle Pellegrini, centro de
Corrientes. Flotan en el aire la música
brasileña y el aroma del que café llega por oleadas.
— ¿Te parece si nos
vemos esta noche? Necesito hablarte — decía el mensaje
de watsapp.
— Claro — respondí casi de inmediato
—. ¿Pasa algo? — pregunté varias veces — . ¿Pasa algo?
— A las 20 está bien — convenimos después
de varias idas y vueltas.
El lugar parecía en
ese momento idílico. Las mesas pequeñas, las luces cálidas, la música, las
sillas bajas, el aroma a jazmín que llegaba de algún patio vecino. Yo estaba
ansioso y llegué antes; Ángeles en cambio llegó puntual, altiva, multicolor,
agitada. Sus pulsaciones estaban por estallar y en ese momento creí - o sigo
creyendo - que era por la caminata.
Pasamos varios
meses conociéndonos, después nos pusimos de novios más formalmente. Hubo
algunos nubarrones en el medio pero nada grave. Casi sin darnos cuenta nos
comenzamos a querer. Creo. Me gustaban sus colores, su sonrisa desde siempre,
sus charlas, sus proyectos, sus comidas, su energía, su vino.
Con un gesto
trémulo me arregló el cuello de la camisa.
— Es mejor así.
Punto.
Ahora su voz era
más segura, se percibía en sus ojos, en sus facciones, en el silencio después de
cada palabra. Estuvimos por unos segundos sin decir ni hacer nada. Me
ensombrecí.
Se apretó los
labios, movía la cabeza de derecha a izquierda, parecía contener una sonrisa.
— No creo en las
pausas — insistió ahora acentuando con gestos sus
palabras.
En estos momentos
intento asir vagamente palabras para pintar su sonrisa, sus labios, su
dentadura, las expresiones que tomaba su boca en cada risa, pero no alcanzo
ninguna. Reía con el cuerpo, con los ojos, las manos, los pies, con todo, con
todo, con todo.
Ahora entiendo que
no pude acariciar su alma y por ello nada viene a mí. Nada. Se fue enseguida,
ya no había nada que hablar. Algo de mi se fue con ella, trato de saber qué es,
aún no lo sé pero algo de mi se fue con ella. El cielo de la primavera correntina
enmarcó su figura que se alejaba con un halo multicolor.
por paulo ferreyra