por paulo ferreyra
[email protected]
“Todavía no terminé aquel cuadro. Lo estoy pintando. Ese día creo que fue la última vez que lo toqué, después lo llevé a casa y no lo volví a pintar. Lo tengo ahí y me mira cada tanto”, desliza Gabriela.
En una librería de Corrientes, nos sentamos a tomar un jugo. Ella dibuja, pinta y ha comenzado a trabajar desde los 8 años.
Gabriela Zoila |
“Creo que a muchos artistas les puede pasar lo mismo. Estoy en la búsqueda de mi forma de pintar y dibujar. Hace unos años terminé la Tecnicatura en Artes Visuales en el Instituto de Josefina Contte. Hice la especialidad en pintura”, explica Gabriela, que ahora se volcó al muralismo. (Sorbe lentamente un poco de jugo. Hace silencio y la charla se abre).
—¿El dibujo y la pintura van de la mano?
—En principio creo que sí. Me parece que si tenés un buen dibujo es mucho más fácil pintar. Yo sé que si tengo que hacer un dibujo, si hago bien el dibujo para mí ya es imposible equivocarme a la hora de pintar. Para otros es difícil pintar… para mí es difícil dibujar. Si me esmero, bien sé que podré pintar lo que sea. Ahora estoy buscando mi forma. Cuando tengo resuelto el dibujo, la pintura fluye sola.
—¿Te acordás cómo comenzaste?
—Empecé en casa con mi mamá. Ella hacía cotillón, siempre tuvo facilidad para las manualidades; hacía muñecos, cajas, todo lo que sea manualidades, se metió de maestra jardinera pero siempre hizo cotillón y decoraciones. Desde los 8 años mamá me invitaba a pintar sus trabajos. Había por esos años una fibra pincel que ya no entran más al país. Nosotras con mi hermana pintábamos.
A mi hermana no le gustaba pintar y pintaba mal. Entonces me quedaba siempre más trabajo. Pero no lo sentía como una carga porque me gustaba hacerlo. En la primaria iba al Hogar Escuela donde teníamos muchas manualidades y talleres que me gustaban. En el taller de pintura me iba excelente.
La juventud entre los estudios y el trabajo
Gabriela Zoila desde que empezó a pintar y a formar sus primeras armas en su casa, no paró hasta los 17 años. Durante todos esos años, pasó por la primaria y la secundaria alternando el estudio con las horas de trabajo. Pasó de colaborar con su mamá a trabajar en empresas de cotillón donde hacía figuras en tergopol y pintaba murales para fiestas infantiles. Hacía tonos, firmas y difuminados, figuras con volumen, entre otras cosas. “Mi mamá me enseñó hacer luces y sombras, le agarré la mano y después me salía bien. Muchas cosas aprendí desde chica y en mi casa”, advierte.
Obra de Gabriela en proceso |
Su vida transcurría entre la escuela, las horas de estudio y el trabajo. Recién decidió parar de trabajar a los 17 años cuando iba a transcurrir su último año en la secundaria. “Traté de disfrutar el último año de la secundaria. Siempre fui muy independiente. Mi mamá es la persona más independiente y me dio alas para tomar decisiones importantes en la vida. Ese último año en la secundaria también pasé mucho tiempo en la biblioteca haciendo carteles y otras cosas manuales en las que podía ayudar”, cuenta.
La tarde se escurre y la noche llega sin una brisa en el patio de la librería. Gabriela cuenta que terminó el secundario y comenzó la carrera de Bioquímica. Duró un par de años hasta que volvió a trabajar en una casa de cotillón. Finalmente dejó la carrera para ingresar a Diseño Gráfico; sin embargo, un hecho importante volvería a dar un giro a su vida.
Un nacimiento doble
Gabriela se inscribió en la carrera de Diseño Gráfico. Comenzaba otro trajinar entre las ciudades de Corrientes y Resistencia. Se puso de novia y en pocos meses se enteró que llevaba una nueva vida en su vientre. “Fue todo muy rápido. Me mareaba el Corrientes - Chaco en su trayecto. Dejé todo y estuve recluida un tiempo. Nació Noah y hasta que él cumplió el año y cuatro meses no salí de mi casa. Durante ese tiempo pinté todo lo que se me cruzaba, y decidí inscribirme en el Instituto Josefina Contte y estudiar la tecnicatura en Artes Visuales”, cuenta.
Desde esta institución artística —semillero de muchos artistas de Corrientes— Gabriela comenzó a pintar y dibujar la temática que hoy lleva adelante. “Ahí te dan libertad para elegir... Buscando y leyendo sobre cuentos, leyendas y mitos guaraníes me concentré bajo esta temática. El tema me encantó y me gusta desde entonces. Los guaraníes son personas ecológicas por naturaleza, piensan diferente de nosotros. Creo que nadie tiene la solución del mundo pero me parece que nosotros estamos bastante alejados. Los guaraníes están más cerca de la naturaleza y de la vida misma”, advierte.
Terminó la tecnicatura e hizo la especialización en pintura. Primero fueron bastidores y después se expandió hacia los murales.
Pulsión al muralismo
De sus estudios le han quedado muchos cuadros, algunas personas le insisten en que los ponga a la venta pero ella se resiste. “Esos cuadros no los puedo vender”, desliza, y el tono de voz por primera vez se vuelve serio. “Es como si alguien te dijera ‘vendeme tu hijo’. Eso fue una parte importante en mi formación y quiero llegar a mi casa y que me mire. Con los murales, sin embargo, pasa otra cosa. Desde el momento en que los pienso ya son de otro”, explica.
Ahora toda la energía de Gabriela está volcada en pintar murales. Participó de encuentros tanto en Corrientes como en otros puntos del país con muralistas referentes en Latinoamérica. “Hacemos trabajos por los cuales no nos pagan... por el contrario, nosotros ponemos nuestro tiempo y las pinturas. Sin embargo, hago estos trabajos para perfeccionarme, la intención es pintar y dibujar mejor. Ver cuando una persona pasa y se sonríe frente al mural es toda la paga que necesito”, destaca.
Nuestros jugos se han acabado, el hielo se derrite con mezquindad mientras seguimos con sed. Una amplia pared blanca está a nuestras espaldas. “Vos sabes que con mis amigos pensamos e imaginamos dibujos para cada pared. Ahora veo este muro innecesariamente inmaculado y ya lo quiero pintar”, desliza y vuelve a dibujarse una sonrisa en su rostro.
A Gabriela le gustan los colores brillantes. La charla llega a su filo cuando hablamos de sus referentes muralistas, “los padres del muralismo”, musita. “Los encuentros de muralistas te fortalecen, te enriquecen tanto en lo personal como en lo espiritual. Se abre un silencio y al fin expresa, “si no hubiera nacido mi bebé no me habría planteado mi vida como lo hice en su momento. He comenzado a valorar otras cosas y a todo le saco el jugo”.
Uno de los últimos murales que pintó Gabriela Zoila fue El Colibrí, ubicado por calle España casi Junín, en Corrientes. “El Colibrí tiene un gran significado en toda la cultura guaraní. Ahora quiero jugar con los fondos, mezclar movimientos con los colores brillantes. Tengo cosas en la cabeza que espero con la práctica puedan salir. Quiero romper lo tradicional mientras busco mi forma de pintar”, concluye.
No hay comentarios:
Publicar un comentario