Paulo Ferreyra
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“Casi no tengo tiempo. Trabajo en cuatro escuelas hace 33 años, y en estos momentos tengo 53 horas por semana, antes tenía 80. Todo lo que hago acá con la pintura lo hago con la docencia. Además tengo dos hijos estudiando en Corrientes. Los cuadros de grandes tamaños me permiten entrar en la obra, estar adentro, me muevo dentro de cada cuadro”, explica.
Mientras charlamos en el Museo de Bellas Artes nos acercamos al cuadro con los grandes limones. Ahí congela su sonrisa y se deja retratar rápidamente. Luego explica: “Estos son limones meteorológicos de mi casa. Me gusta el color, me gustan sus propiedades, sus distintas formas, estos limones me hacen llorar. Vivo en una casa donde funcionó el primer servicio meteorológico de la ciudad, Paso de los Libres, antes de que se traslade el aeropuerto local. Me pareció una buena excusa para jugar con los amarillos, explotarlos al máximo, jugué y me salió una cosa lúgubre pero luminosa. Los limones son sanadores. El color cura, el arte sana y ordena”, subraya.
Intensiones
Hubo un revuelvo alto. La nota en los medios sobre la muestra de Alejandro Rodríguez se anunció como Intenciones cromáticas cuando en realidad era Intensiones Cromáticas. Alejandro es alto, tez blanca, el pelo tirando a ceniza y en su rostro la sonrisa sale al encuentro, urgente, amable, cordial. Nos cruzamos primero en un pasillo, me dijo que no había problema con el error, “a mí también me costó distinguir y definir intenciones de intensiones”. Pasada la presentación de la muestra nos juntamos en el Museo y charlamos, el artista reveló la cocina de estos cuadros.
—Cómo llegas a definir y conceptualizar la muestra como “intensiones cromáticas”.
—Quería algo que sintetice y resuma lo que era más significativo en este momento. Algo relevante en términos visuales. Lo que más identifica el trabajo en esta etapa de mi vida. Soy muy consciente de que apelé a la intensidad del color, a la pureza. Entonces sé que la intensidad tiene que tener un plural, intensidades, intensiones, intenciones también. Desde ese lugar comencé a buscar la palabra. Intensiones es más usada en la lógica, filosófica, entonces nosotros estamos muy acostumbrados a las intenciones que se citan a lo religioso.
Ojo, —continúa— yo también tengo una intención. Pero mi intención es por la pureza cromática, algo más relacionado al color y no a una actitud. Busqué mucho la palabra. Me costaría explicar todo el recorrido que hice para llegar a esa expresión que representa mi momento en la pintura. Intensiones cromáticas.
—En la muestra hay cuadro desde el 2015 a la fecha. ¿Por qué la base negra?
—Hay algunos cuadros con fechas de 2015, 2016, 2017 y 2018. En 2015 comencé con esta idea de hacer un procedimiento inverso a lo que estamos acostumbrados en la plástica. Nosotros estamos acostumbrados a la tela en blanco, algunos hacen una base de color. Si revisamos la historia los clásicos trabajaban con base grises, los barrocos con base tierra y en el arte contemporáneo se usa mucha base de color plano de fondo.
Desde mí lugar me pareció interesante partir de la inmensa oscuridad de la tela negra. Quiero que la luz que pueda rescatar plásticamente sea a través del color. Traté de no apelar al blanco, aunque en algún momento hubo necesidad y claro que no usé negro. Hay muchos colores puros, muchas gamas, contraste de complementarios.
El negro tiene de bueno que te va comiendo la pureza y vos tenés que empezar a conquistarla. Pero eso te permite usar una gama de valores interesante dentro de un solo color, logrando así una riqueza singular. Me parece que con el blanco también se logra pero en este caso me interesa la superposición y me interesa ser volcánico en el trabajo.
En algunas telas de grandes formatos empezaba volcando medio pote de medio kilo sobre una paleta de albañil, sobre una espátula de albañil, con eso iba haciendo grandes áreas que ya me iban dando grandes ideas de luz. Un deleite impresionante. Después cuando uno entra a detallar ya hay una amplia referencia de valores y uno empieza a decir dónde alzar, dónde bajar, dónde dejar… Todo eso es un deleite y lo disfruto mucho.
—Cómo es tu relación el artista con la imagen; hoy estamos rodeados constantemente de imágenes.
—Creo que me asquea un poco la invasión de híper realismo que hay en todos los medios, en todas las redes, en todas las escuelas de enseñanza contemporánea. Vivimos un momento de crisis de la imagen, hay una saturación de la imagen y el híper realismo fascina. Pero veo que queda reducida a una excelencia técnica y no trasmite nada, no me dice nada. Entonces me resisto de eso y jugando ahora a que la forma respete los cánones morfológicos propios pero a la vez con el color se rompe. En ese sentido llevarlo, como en el cuadro Pirincho, llevarlo a una dimensión como si fuera una extracción de una película de dibujos animados, un momento profundo con los colores magenta, amarillo, azul, rojo, naranja, tímbrico total, así como sale del pomo.
Pulsiones salvajes
Charlamos con Alejandro Rodríguez en la Sala José Negro del Museo de Bellas Artes. Nos movemos de a ratos. Llegan algunos de sus exalumnos, amigos, amigas; los saludos se ensanchan mientras un niño corretea por el amplio salón. Alejandro vuelve a sus palabras con una memoria fiel, casi como si hubiera hecho punto seguido y arremete con sus conceptos.
Las palabras salen de su boca como un graznido de pájaros, quizás los mismos que lo acompañan desde que rompe el alba en los alrededores de su casa. “En una nota dije que tenía esa pulsión propia del niño muy bien incorporada a través de mi trabajo docente. Llevo 15 años en escuela primaria y 27 en un taller de una escuela especial. Entonces tengo muy metido en mí esa cosa de la pureza, la maravilla que se pone ante los ojos por los niños”, explica.
“Entonces —desliza como un murmullo y reflexiona en voz alta—, quiero olvidarme de todo. Quiero respetar las pulsiones salvajes que hay en mí. En algunos trabajos he logrado estar totalmente desprendido de todo y en otros no. He citado a tres poetas en la inauguración que son quienes me devuelven la mirada de mi contexto, sobre ser correntino, sobre aquellos aspectos que son universales y compartidos, la mirada surrealista de Madariaga, las descripciones de los personajes y las situaciones en la que me pone Ceballos. También me alumbra Martín Alvarenga con sus textos”.
"Vengo asfixiado de guardarme cosas"
—De dónde viene esta pulsión o explosión del color.
—Sucede que ahora me doy permiso de pintar con el color puro. Pinto desprejuiciadamente. También aparece la cuestión de poner el ojo en lo que me regala cada autor a través de sus pensamientos, de su mirada, de su visión. Hoy reviso y observo los puntos de encuentros que hay con lo que a mí me pasa.
Un punto en común en Ceballos, Alvarenga y Madariaga encuentro en la luz. Me gusta hablar de los contrastes complementarios, me gusta mucho jugar con las falsas parejas. Uno sabe que ciertas cosas con el color son resistidas, yo lo hago porque quiero, por más que a veces uno tienda a apelar a determinadas soluciones siempre encuentro la manera de que funcione bien. Aquí hay trabajos que tiene más fortalezas que otros. Pero me gusta que a pesar de la libertad de cada trabajo yo siento, no me lo dicen, yo siento que hay una unidad de criterio en todo este tiempo. Te hablo desde 2015 hasta el presente.
—En esta muestra están lo que pensaste para ella o quedaron algunos afuera.
—En esta muestra están los trabajos que yo pensé para la muestra. No quedaron trabajos afuera, tengo muchas ideas que las tengo en bocetos, algunas casi como un trabajo. A veces pasa eso que un boceto ya es el trabajo, pero sobre otros soporte, sobre madera. Aquí me pasé de número con las telas. Sucede que vengo asfixiado de guardarme cosas.
Esta muestra es una manera de oxigenar mi alma. Sino esto seguiría guardado y pulsando y pulsando. Llegará un momento que exploté.
—Hace ya unos días que se inauguró la muestra. Venís cada tanto a recorrer este espacio, ¿qué sentís mientras vas viendo tu obra colgada en la pared del Museo?
—Recorriendo la muestra no puedo creer que haya tanta energía, tanta pasión, tanta fuerza, tanta aparente indiferencia. Cuando pinto, lo último que hago es pensar en una muestra. Vivo en una cultura donde hay una indiferencia por la cultura, quizás por la crisis también. Vuelvo a lo de antes, estamos saturados de imágenes. Hablé con varias personas y coincidimos en que uno se acostumbra a lo virtual, uno muestra todas las imágenes de esta muestra por las redes sociales. Entonces la gente te saluda y te felicita. Pero las personas que tienen la posibilidad de llegar al Museo de Bellas Artes no lo hacen, porque ya están satisfechos con la imagen virtual. Eso contrarresta mucho, es para meditarlo, es para pensarlo y es para reflexionar.
Creo que es necesario visitar el Museo. Porque lo importante es la presencia ante la tela, ahí está la energía y no en la imagen virtual. A mí me gustaría que mis alumnos de Paso de los Libres vengan a este lugar, que me sientan, que sientan su profesor en su expresión plástica verdadera, que todo eso que ellos escuchan decir lo vean aquí. Que se lleven ese abrazo energético del pintor. Aquí viven los pájaros, los campos, el vuelo poético, algunos trabajos surreales. Los poetas alumbran el camino y en el proceso creativo.
Paulo,te agradezco mucho la nota, su publicación y la oportunidad de xpresar estas cuestiones tan propias y necesarias.Dejo esta reflexión que leyendo la nota publicada se me "alumbra".Pinté sobre negro , con mucho color y expuse en la sala JOSÉ NEGRO, que paradojicamente era todo color!
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