En el marco de la 8º Feria Provincial del Libro de Corrientes, el próximo sábado 14, María Laura Riba presentará su reciente novela Ella sin nombre. Un texto cargado, encantador, siniestro. Un texto cuyas fronteras de la verdad y la mentira se juegan tanto como en la vida real. La novela llevó su tiempo de trabajo; en esta charla nos sumergimos en el proceso creativo, por donde revolotean también su poesía y los juegos de espejos.
Por Paulo Ferreyra
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“Escribir es un acto de vida, nada más. Me muero si dejo de escribir. Pero qué infeliz sería si no lo hiciera. Consciente o inconsciente no sé, es algo que me empieza a caminar por el cuerpo y no aguanto hasta que lo escribo. Hay que sacarlo y escribir. Pienso constantemente en la escritura, va conmigo, es un acto de fe en la vida”, sentencia.
María Laura Ribas es periodista y poeta, poeta y periodista, pueden ponerle el orden que más les guste. Sus lectores así lo definen y ella también así se siente. Ama tanto la música como la literatura. Escribe poesía, cuento, novela y también es conocida por sus notas periodísticas culturales. Hace unos años presentó su novela "Che, mataron al enano".
Además trabaja en el sitio web Momarandu desde 2002, un diario digital. “Este sitio es bueno porque es importante el periodismo. Es bueno poder hacer algo distinto que no se ve en los soportes tradicionales. A la mañana estoy dirigiendo y haciendo un poco de todo, entonces por estos momentos tengo que relegar las notas culturales y escribir en otras secciones de un diario digital. Hoy no tengo tiempo para hacer notas culturales, lleva muchas horas hacer una entrevista, desgravar, escribir, corregir y publicarla”, explica.
“La novela Ella sin nombre nació en 2002. Tardé muchos años, no en escribirla sino en ir procesando el trabajo. Escribí; la dejé descansar, después la retomaba e iba puliendo cada parte, cada trama, cada párrafo. Es bueno dejar el texto, volver a él y reconocerse. Cuando te reconocés es porque hay algo tuyo en el texto”, desliza y espera.
María aguarda la pregunta y responde al pie.
“Después de vivir un tiempo en Corrientes me fui a Cuba. Llevé la novela y seguí trabajando en ella. Tomé sugerencias y fui escribiendo allá donde se metieron algunos modismos cubanos. Cuando regresé —ya en 2015— comencé a pulirla. La presenté en algunos concursos pero quizás no eran los indicados. La corregí y una vez que creí que estaba bien, la cerré. La primera lectura la hizo mi compañero Aldo, después llegó a manos de cuatro escritores chaqueños, Bosquín Ortega, Luis Argañarás, Esteban Gómez y Rolando Cánepa. Los cuatro la analizaron, y el único que descubrió que todavía quedaba un giro cubano fue Luis”, cuenta.
Sentados en El Mariscal —un café de la ciudad— se escucha Bossa Nova. El clima es agradable, la calle desde aquí luce ensombrecida y solo se enciende cuando pasa algún colectivo de línea o un auto. En nuestra pequeña y apretada mesa lucen algunos papeles, libros, un par de servilletas hechas bollitos, ginebra, café, y un grabador que parpadea insistentemente.
—¿La novela es un policial? Aunque no todos sean tan bueno ni tan malos.
—Totalmente. Es un policial negro. Al comienzo dividía todo en esto en bueno y malo. Sin embargo la vida te va demostrando que no todo es tan binario y que no todos somos ni tan buenos ni tan malos. Entonces la novela tiene un propuesto que es pensar dónde comienza la bondad y donde termina la bondad. Quién tiene el derecho de juzgas al otro. Hay cosas que si están, gente perversa, gente mala, lo que fuera, pero cuando uno se pone analizar la vida y el contexto social donde ha vivido esa persona podría comprender a esa persona, quizás no a perdonar pero si comprender una acción sin justificarla.
La primera versión de la novela era binaria de bueno y malo. Un amigo uruguayo me dijo, “acá son todos muy buenos y todos muy malos. En la vida no es así”. Te hablo del 2006. Desde ahí me obsesioné por entender y después escribir bien en detalle cada personaje.
—“Ella no tenía sueños, tenía ambiciones”, se dice de la protagonista. Esta es una faceta de por qué no es una novela tibia.
—La protagonista de la novela, Irupé Vanesa, no tenía tiempo para el cariño y la ternura. Una persona con ambiciones piensa sólo en su objetivo. No hay margen. Viendo desde afuera ahora entiendo que Irupé Vanesa no vivía, son que existía. Era movida por cosas que nunca existieron. La idea es no subestimar al lector. Al lector no hay que darle todo masticado, porque sabe pensar; por ello pienso que el escritor que explica mucho, aburre.
“Aprendí a mirar el revés de los espejos”
—¿Qué ves en un espejo?
—Primero lo que no veo. Porque desde la realidad no me distingo en el espejo. Mi imagen es difusa. Veo muy poco. No me puedo distinguir si estoy bien o si estoy mal. No puedo distinguir si estoy bien o si estoy mal, si tengo una arruga de más o una arruga de menos, no distingo. Entonces lo que no veo es la parte exterior de mí. Aprendí a mirar el revés de los espejos. Aprendí a mirar el interior y a estar más conmigo. Hay algo interior que me gusta ver que está detrás del espejo.
—En la novela hay un juego importante sobre los espejos, ¿lo buscaste, se te dio o cómo fue?
—La escritura es indisoluble del ser, ¿es así?
—La escritura tiene relación con el escritor, yo soy apasionada, activa, entonces me gustan esas cosas transferirla a la escritura. Por momentos, tengo una escritura cinemetográfica. Veo al personaje corriente y corro con él. Vivo intensamente esa escritura. Me gusta trabajar y pulir el lenguaje. Lo que intento con las imágenes es que el lector pueda sentir lo que voy sintiendo yo con el personaje. Si el personaje transpira, intento que vos puedas acercarte a esa transpiración, si es necesario que también transpires con el personaje.
—La novela o la poesía, ¿dónde nos acercamos más a María Laura?
—En la poesía. Si alguien quiere saber cómo soy íntimamente tiene que leer mis poemas. En la prosa puedo ser varios personajes, invento y me divierto. En la poesía van mis sentimientos, mi ser interior, mi ser más profundo.
Ella sin nombre
Abrazo para sentirme uno
La música era su compañía
la hacía fuerte, poderosa.
Se la veía sonreír casi
recién nacida.
Ella no soñaba, ambicionaba con desesperación.
sus lágrimas de barro
le nublaron la infancia.
Ahora el silencio aplastó el aire
anunciando otro nombre.
Muchas gracias Paulo. Un placer conversar con vos. ¡
ResponderEliminarBrindo por las palabras (yo con café)!