paulo ferreyra
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La imagino a ella llegando al estacionamiento bajo los árboles del campus de la Unne en Resistencia. El sol se va despidiendo de las copas verdes y del frío cemento. Hace calor. Ella lleva consigo un bolso y deja a mano una paquete de cigarrillos y el encendedor.
“Empecé a escribir como algo natural. Bastante natural y con poca conciencia. En realidad no termino de considerarme ni poeta, ni escritora, más bien soy alguien que eventualmente escribe sin pensar demasiado en los géneros. Eso no significa que no piense o no cuide la palabra. Le pongo dedicación a mis torpes intentos por transmitir cosas”, explica.
Rocío Navarro nació en Las Breñas. Es docente, periodista y fotógrafa. Publicó Casandra Cactus (Cospel, Resistencia, 2007), Inhalar resistir expirar (Ñasaindy Cartonera, Formosa, 2010) y Mi jardín salvaje (autoedición, Resistencia, 2016). Además ha participado de distintas antologías.
Al inicio de la charla insiste en que hay más personas autorizadas en materia poética en el Chaco. Después hace una pausa y cuenta, “abordé la escritura como todos, por un lado por la necesidad de expresar algunas ideas, sensaciones y al mismo tiempo seducida por las cosas que encontraba en la escritura. Había algo ahí en el proceso creativo y en el texto compartido que no encontré en otra herramienta de expresión.
Escucho casi sin respirar, de repente hay una pausa.
— “¿Estás ahí?”, me pregunta del otro lado del teléfono.
— Sí, estoy acá, le respondo.
Hago silencio, la escucho. La comunicación a distancia a veces tiene estas cosas, uno se pierde las reacciones, los gestos, las miradas, la atención tanto de quien contesta como quien escucha.
“Así más o menos fue como empecé. Como todos”, continúa ahora respondiendo las pregunta de cómo inició este camino de escritora. “Creo que con mayor conciencia empecé a escribir cuando inicié la carrera de periodismo. Desde este lugar reivindico esta cuestión de no preocuparse tanto por los géneros más allá de las cuestiones lógicas de la escritura. Hay que tener en claro qué buscamos transmitir o decir”.
— ¿Cómo lectora en qué género te sentís más cómoda?
Ahí también soy totalmente anárquica. Leo mucha no ficción y crónica, es un género que me gusta mucho leer y estudiar. Practiqué poco. Leo poesía y novela. Los cuentos me cuestan leer, no he profundizado tanto en ese género. Pero leo muy variado.
— A ver, démosle un orden a esa variedad, ¿qué hay hoy en tu mesita de luz?
En este momento hay una antología poética de Diana Bellessi, al lado de un libro de Carlos Busquet, Magnetizado. Además hay otro de poesía de Martín Armada. Me gusta mucho leer a la gente de mi generación. Esos son los libros que me acuerdo ahora.
Siempre leo varias cosas al mismo tiempo. Hay semanas o etapas donde leo mucho, después me tomo recreo de lectura. Igual hoy estamos todo el tiempo estamos leyendo a través de internet. Sin embargo del ritual de leer el libro a veces descanso.
— De ese ritual, ¿qué tiene de especial la lectura de poesía?
Para mí lo que tiene de específico la escritura de la poesía es un tiempo diferente a la narrativa, mucho más vinculada a la intimidad y a la respiración propia de cada escritor. Me parece que es un espacio necesario en algunas cuestiones. Es un momento también para pasar de la hiperconexión a una soledad con la poesía.
— Partiendo desde ese espacio de intimidad, ¿escribís sólo desde la experiencia o cuestiones sociales también despiertan poemas?
Lo que escribo es muy biográfico, no necesariamente porque surja de la anécdota personal pero viene de cuestiones que me movilizan. Hay que entender que habitamos un espacio, un paisaje, un horizonte histórico que necesariamente nos interpela. Nosotros somos finalmente una mezcla extraña que surge entre lo íntimo y lo social. Esto se extiende a una frase propia del feminismo: lo personal es político.
— Tanto de lo que lees como de lo que escribís, ¿qué buscas con esos textos?
Los textos no son panfletarios. Está bien cuando marcan una postura. Me gusta el texto cuando no me engatusa para que piense algo determinado. Me seducen los libros cuando narran una experiencia o una impresión del mundo, con la cual yo puedo comulgar o disentir y eso me resulta agradable y respetable para que le dedique mi tiempo. Si el texto me deja con una pregunta mejor. Si me sirve para reforzar algo que pienso también está bueno y si hay que disentir disentimos pero no desde el lugar de bajada de línea.
ASÍ ESCRIBE ROCÍONAVARRO
Escribir
Escribir hasta que duela. O hasta que alivie. Escribir incluso mientras no se está garabateando o tipeando (esto es: escribiendo). Vivir para escribir porque el registro es, a la fecha, el mejor boleto en la lotería de que alguien (sino al menos uno mismo) nos comprenda. Ser palabra con el cuerpo.
Hoy pulgar derecho se despertó vocal; más precisamente i. Es una i amarilla como la yema o los choclos del almuerzo. Masticar palabras con los oídos. La ciudad está llena de imágenes. Que a los ojos les arda el movimiento orgásmico de la mano y que la nariz ya no soporte el hollín de las letras de aquel despanzurrado libraco. Sea cual fuere.
Que cuando agotada me hunda en el lodo azul de lo onírico, los fantasmas de otros escribas llenen mis orejas de alfileres con oraciones. Que me despierte porque un pinchazo vino a confirmarme que aún muerta he de padecer este impulso insaciable: He de seguir siendo palabra. Aún muerta.
ahora, la casa
la casa no huele a (tantos) cigarrillos
me miran las paredes sorprendidas
y chismean a mis espaldas sobre tu ausencia.
la casa está impregnada de sahumerios
los muebles parecen más alargados
y me sonríen con disimulo, equilibrados.
ahora que sólo yo,
que ya no vos,
la casa está impecable,
y así parece más de catálogo
y menos de hogar.
Escribir hasta que duela. O hasta que alivie. Escribir incluso mientras no se está garabateando o tipeando (esto es: escribiendo). Vivir para escribir porque el registro es, a la fecha, el mejor boleto en la lotería de que alguien (sino al menos uno mismo) nos comprenda. Ser palabra con el cuerpo.
Hoy pulgar derecho se despertó vocal; más precisamente i. Es una i amarilla como la yema o los choclos del almuerzo. Masticar palabras con los oídos. La ciudad está llena de imágenes. Que a los ojos les arda el movimiento orgásmico de la mano y que la nariz ya no soporte el hollín de las letras de aquel despanzurrado libraco. Sea cual fuere.
Que cuando agotada me hunda en el lodo azul de lo onírico, los fantasmas de otros escribas llenen mis orejas de alfileres con oraciones. Que me despierte porque un pinchazo vino a confirmarme que aún muerta he de padecer este impulso insaciable: He de seguir siendo palabra. Aún muerta.
ahora, la casa
la casa no huele a (tantos) cigarrillos
me miran las paredes sorprendidas
y chismean a mis espaldas sobre tu ausencia.
la casa está impregnada de sahumerios
los muebles parecen más alargados
y me sonríen con disimulo, equilibrados.
ahora que sólo yo,
que ya no vos,
la casa está impecable,
y así parece más de catálogo
y menos de hogar.
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