Por Paulo Ferreyra
Este ciclo es coordinado por Estefanía Ceballos y Tony Zalazar. En este marco, la editorial Ananga Ranga presentará Escépticas que aman, una antología con poemas de Rinesi y Magistrati. Antes de su arribo Julia Magistratti cuenta como es su proceso creativo.
“Ando con el cuadernito a la pesca y a la caza todo el tiempo. Con estas herramientas uno desarrolla músculo que sabe captar lo que escucha. Anoto todo, después hay cosas que se usan y otras que quedan en el olvido o para otro tiempo”, cuenta.
María Julia Magistratti nació en Azul, provincia de Buenos Aires. Ha publicado los libros de poesía Alasitas, Ea, El Hueso de la sombra, Pueblo y además participó en varias antologías literarias de Argentina y el exterior.
“Una escribe mucho porque se pregunta mucho. La escritura es una forma de ir respondiéndose con toda la precariedad del caso. A veces son las mismas preguntas que vuelven, vuelven, vuelven”, explica, y su voz llega de este lado del teléfono dulce, clara, precisa, alborozada. “Además de estar atenta y tomar nota también leo mucho. La lectura es clave. Leo poesía pero también mucha narrativa, me resulta una fuente muy particular para la escritura poética”.
— La muerte ronda en los poemas de tus primeros libros, ¿cuál es tu relación con la muerte?
—La escritura siempre está atravesada por la biografía personal. En mi caso mis padres murieron cuando yo era muy chica. Así que mi vinculación con la muerte es de muy temprana edad. De alguna manera escribir ha sido una forma de procesar esas ausencias tan significativas. Mirando a la distancia fue y es también un modo de compartir esa mirada que me permitió la vida.
Con el tiempo me pareció importante entrar de alguna manera en diálogo con esas ausencias. Este puede también incluir a muchas personas que por motivos similares han tenido alguna situación de muerte.
Además en un contexto más grande para la gente de mi generación, yo nací en 1976, la muerte y la desaparición de personas ha producido un dolor muy grande. En ese marco el hecho de poder encontrar sentido a la muerte y que eso nos pueda reunir y encontrar en un diálogo productivo, colectivo, quizás sea sanador.
— Este canal de expresión, la poesía, ¿vino a vos o la buscaste?
—Los primeros contactos con la lectura de poesía fueron muy azarosos. En mi caso tuve la suerte hermosa de tener a mi tío de Azul, Roberto Glorioso, un poeta que siempre se acercaba a mi casa con libros de autores contemporáneos. Esos libros yo los ojeaba, los chusmeaba. También me pasó que cuando era muy chica encontré en el diario La Nación un poema de Olga Orozco. Recuerdo que recitaba un poema de ella todo el tiempo, eran palabras tan hermosas que tenían un sonido y una música preciosa. Obviamente no comprendía cuál era el sentido de ese poema pero si comprendía que ahí había una belleza increíble. Jugaba a ser Olga Orozco.
— ¿Llegaste a conocerla?
—Cuando vine a vivir a la ciudad de Buenos Aires leí que iba a estar en un lugar. Así que fui a conocerla, quería escuchar la voz de esa mujer que me había fascinado desde mi infancia y mi adolescencia, ahí tuve la suerte de conocer a Olga Orozco. Pero ese encuentro es otra historia que en otro momento podemos abordar.
— Debió ser un encuentro hermoso.
—Totalmente. La poesía de Olga me gusta mucho, sus poemas me llevaron a escribir. En ese lenguaje y en esa música se despertó mi motivación. Ese impulso sigue despierto en mí cuando leo poesía, cuando escribo, como un espacio musical para entender y comprender la vida.
— ¿Para quién escribís poesía?
—Escribo por necesidad. Es una necesidad personal. No pienso en nadie cuando estoy escribiendo. Pero sí me gusta y es el trabajo que casi todas quienes escribimos poesía o se expresan a través del arte buscan: compartir y leer en voz alta.
Uno construye el poema en la soledad y después lo comparte con otra persona, ahí se termina de construir el poema. Si bien una no escribe para otro, sí necesita del otro para que esa escritura se complete. Esa es mi recomendación para quienes escriben. En la soledad de la escritura no se termina nunca el poema sino que se termina cuando uno lo pone en contacto con el otro. Es como alguien que cocina una comida y se la da a otra persona, es lo mismo. Ahí se cierra el ciclo de la escritura.
— En el poema La grieta leemos, “donde yo veía una grieta, un albañil me dijo ‘la casa ha trabajado’”. Pensaba en relación con esto, ¿qué ha trabado la poesía en tu vida?
—Siempre estoy alerta y me quedan resonando algunas frases que las personas dicen. En determinado momento hacen significado y construyen uno nuevo. Estoy atenta y pongo el oído a ese decir cotidiano de nuestro entorno. A veces ese decir entra derecho en el momento que estoy escribiendo un poema, otras veces quedan en el camino. En este caso la frase del albañil que estaba en mi casa fue derecho al poema.
La poesía tiene pensamiento, emoción, construye todo el tiempo. En general aparecen voces, sentimientos, vivencias de otras personas que se van desplegando en el poema. En este poema en particular esa frases dichas al pasar por un albañil que estaba trabajando provocó la escritura que es biográfico, personal, pero también habla de un momento particular que estamos pasamos como país.
Lo personal es político y lo político es personal. No existe una lectura desde la individualidad, creo que —en medio de una cultura hegemónica, individualista, solitaria— somos quienes desde el arte vamos “al encuentro de”. Siempre hay un otro o una otra o un nosotros con quien se completa la obra. Vamos al encuentro estableciendo un puente desde el arte al cuerpo que habla, que canta, que camina, que vibra. Somos cuerpos vibrantes y reaccionando. Ahí me parece que el poema es personal y político, es una mirada y una reflexión que siempre está, con sentido crítico y constructivo.
— Hablamos de la relación con la muerte y todo se fue haciendo vida, ¿qué te inyecta vida para crear o escribir?
—Hay un poema que se llama La Vaca, que también surgió en contacto con un hecho que me ocurrió en un viaje. Siempre estoy a la caza de lo que sucede a mí alrededor. Creo en la idea de que nos completamos con el otro, con la otra; que alguien puede ser algo que yo no soy o yo no tengo está en mis poemas. Me gusta esa idea de que somos lo que al otro le falta. Lo que hacemos, lo que pensamos, los poemas que escribimos también puede ser aquello que a otro le falta. El poema en ocasiones le pone palabra a eso que algunos sienten, así como los poemas que leo de otros poetas muchas veces son eso que necesitaba y que vino en ese momento de mi vida a completarme. Es un proceso de ir uniendo eslabones de una cadena en la que nos completamos un poco más.
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