martes, 1 de octubre de 2019

Diana Bellessi: “La soledad es una puerta de entrada al poema”



Ha recorrido como nadie América Latina, y sus palabras dan cuenta de ese recorrido, de las plantas, las flores y sus lecturas. En esta pequeña charla hablamos de su extensa obra y de Madariaga, “un prodigio que todo correntino debiera conocer, que todo argentino debiera alabar y bailar con él por esos “tembladerales de oro” que nos ha hecho conocer”, afirma Diana Bellessi.


Paulo Ferreyra


“Se sigue escribiendo porque aún se tiene alma. Aun cerca de la emboscada final”, dice justificando esas pulsiones que la llevan a continuar creando. Esta charla nació con motivo de una visita que estaba por hacer Diana Bellessi a tierras correntinas. “Es la tierra de Madariaga, el paisito del subtrópico, casi pegada a Santa Fe, donde nací y aún tengo una casa para pasar los largos veranos cerca del Paraná”, contó sobre esa fascinación que se había despertó en ella. Diana viaja permanentemente, la mejor opción para esta entrevista fue intercambiar correos electrónicos.


Ella ha recorrido gran parte de Sudamérica y su obra poética da cuenta de ese recorrido. Cuenta que echa de menos o volvería a vivir a ciudades como Guayaquil, México o La Paz. Desde hace algunos años vive en Buenos Aires, en una casa donde reinan plantas y flores. “Son importantes porque convivo con las plantas, las flores y convivo con los perros, los gatos, los loros, la lagartija overa en Zavalla, las lechucitas y tantos, tantos más”.  

En las rondas de lectura poética Diana termina de cerrar los poemas. “Me gusta leer los poemas más reciente que he escrito, porque ahí se termina de escribir. Quiero decir que corrijo poemas después de una lectura. El sonido y el silencio terminan de equilibrarse allí, ante la oreja del escucha, tan importante como el ojo del lector”, argumenta.

En esta charla surgen nombres importantes de la poética. Es una gran lectora, sigue comprando libros de poesía y cuenta que los poetas contemporáneos también le regalan muchos libros.

— ¿Qué estás leyendo ahora?

— A un filósofo coreano que se llama Byung-Chul Han y a otro italiano, Emanuele Coccia, que En la vida de las plantas, intenta observar al mundo desde el punto de vista de las plantas milenarias creadoras de la atmósfera y de nosotros mismos. Además estoy releyendo a Maeterlinck también en aquel precioso librito: La inteligencia de las flores.  

 Pasando ahora a tus poemas, ¿sentiste alguna vez el vacío de la creación poética, de pasar un tiempo sin escribir poesía?

— Sí, ahora por ejemplo, aunque ya me siento en la búsqueda de un nuevo libro que se tensará entre África y el delta del Paraná. Lo sé por los primeros poemas que han aparecido, es decir entre el presente y el remoto pasado hay poemas en esa corriente. Cuando era niña quería hacerme monja misionera sólo para ir a África y le decía a una amiga de la infancia: ¡“Yo te llevaré, yo te llevaré a la lejana y hermosa África”!

— ¿Cuáles son tus entradas a la poesía? ¿Cuáles son los recursos que usa para escribir? 

— La soledad es muy importante para llegar a ese estado en que comienzo a escribir un poema. Estar completamente a solas es mi secreto, el misterio para entrar a una zona de la que nada sé o mucho sé.. no sé dónde empieza un poema.

Los recursos son las lecturas de toda una vida, lo que te sorprende del mundo y del seno del lenguaje donde una se ha criado. Ir muy atrás para luego saltar al futuro, siempre lo desconocido, siempre el misterio y renovarlo en cada libro, si no, no se puede continuar escribiendo. Cada libro es una nueva aventura en grandes o pequeñas variaciones en el seno de la lengua y de la imaginería.

— ¿La poesía es un lugar de resistencia? ¿Qué significó en tu vida? 

— ¿Lo que acabo de contarte te parece un lugar de resistencia? A mí sí, como lo es un juego de niños para una niña; el interior de tu vida, ese increíble misterio sólo interrumpido por la maldad del mundo, por su injusticia. O la injusticia de una minoría sobre las vastas mayorías del mundo.  Cuando digo mundo no hablo sólo de otros seres humanos, sino de todo lo viviente que destruimos día a día, hasta la exterminación. Esta exterminación nos vuelve cada día de otra especie, hasta que empecemos a aplicarla a nosotros mismos, creo que estamos cerca ya de esta matrix final.

— ¿Cuánto de los poetas y de su experiencia de vida en Perú sigue vivo en usted?

— Fue como la escuela primaria para mí. Primero Vallejo, luego Arguedas y por último Blanca Varela con toda la indiada atrás, la cosmovisión chamánica del sur que me siguió por Ecuador, Colombia, Guatemala, México y los estados del suroeste de Norteamérica. Los Mamos colombianos con sus cantos y maneras de ver el mundo aún me hacen temblar.

— Entre sus fuentes literarias, en ocasiones nombró a Francisco Madariaga, que incluso en Corrientes es poco conocido. ¿Qué le ha dado o qué encontró en la poesía de Madariaga?

— Madariaga hizo de Corrientes con sus gauchos, mamitas y palmerales de oro su patria poética. Es uno de los grandes maestros universales que tiene todo el continente. El siglo veinte lo atravesó, el rayo del surrealismo interpretado por América. Francisco Madariaga es el poeta al que siempre he amado y siempre amaré, lo recuerdo con su botellita de tinto al lado contándome de las aparecidas en los esteros con su increíble voz de macho del sur. Un prodigio que todo correntino debiera conocer, que todo argentino debiera alabar y bailar con él por esos “tembladerales de oro” que nos ha hecho conocer.

— ¡El silencio!, ¿ha significado siempre lo mismo? ¿Cuánta importancia le atribuye?

— En la medida humana o en la medida de lo viviente, le atribuyo al silencio la misma importancia que al lenguaje, por eso elegí la poesía. Luz y sombra o “mano izquierda de la oscuridad” donde el humano canta y grazna y grita en sus susurros por la santa continuación de la vida, lo que hemos sido y quizás aún seremos en la mutualidad de lo viviente, en diálogo con lo que nos ha hecho.



Termino el correo electrónico agradeciendo su tiempo, su dedicación, sus palabras. Recibo días después las respuestas y el agradecimiento que vuelve. “Gracias a vos, querido Paulo”, escribe y todo se vuelve más amable en un lunes cualquiera.  Solo para abrir otra ventana más de esta gran poeta, a continuación algunos poemas que en varias ocasiones ha compartido en voz alta.




He construido un jardín

He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada, más
que los gestos precisos
dejarse ir para cuidarlo
y ser, el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte
hablando en perfecto y distanciado castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía
que te allega, a la orilla lejana de la muerte.

Ahora la lengua puede desatarse para hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del horror
provista de herramientas para hacer, maravilloso
de ominoso. Sólo digerible al ojo el terror
si la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en el espejo frente al cual, la operatoria carece
de sentido.

Tener un jardín, es dejarse tener por él y su
eterno movimiento de partida. Flores, semillas y
plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay
poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueño del sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige a su jardinera verlo morir.
Demanda su mano que recorte y modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer
gestos correctos en el lugar errado,
disuelve la ecuación, descubre páramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena. Gota
regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla más lejana. I wish you
were here amor, pero sos, jardinera y no
jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.


El fin del día

Bienvenido silencio amigo mío
en la oscura noche que apacigua
el rumor del viento como un guerrero
cuya furia baila entre los árboles

y sin verlo yo lo veo limpiar
el ruido de la mente cacatúa
ensimismada en su graznido brutal
y monocorde y vos silencio mío

daga trueno del monte que rasga
la mugre acumulada las costras
sobre el instinto fino muriéndose
de pura sed por esa atención

donde yo desaparezco salvo
en la función de tensar el sentido
hacia lo visible y su fortuna
inagotable cercana a dios

silencio traicionado amigo nuestro 
en el vendaval oscuro del día
dispuesto vaya a saberse a qué
donde el alma se pierde como un piojo

en la cabellera turbia del mundo.


Perdida en la mañana

La gente me inquieta tanto, a solas
estoy feliz y calmada, luego todo
se transforma en un rompecabezas
que cuesta resolver como si el mundo
se derrumbara y no sé siquiera
mi nombre o el número de mi casa,
pero pasa, sí, con Wanda y los pajaritos
me siento tranquila y ese gallito
que canta otra vez, lo oí esta mañana
en los patios vecinos, sutura
no es lo mismo que supura, rubia
mía, el mundo se ha dado vuelta
y vos
cada vez sos más chiquita y
necesitás
a tu papá y a tu mamá pero ya
no vuelven más y con su sombra
enfrentás el mundo inmenso
que se te viene encima, sola, solita
como esas gallinas que cloquean
mientras vos escribís tus últimos
poemas y conversamos con Belkis
alambrada de por medio, cómo quiero
a esta mujer, es la única que me habla
como me hablan los malvones, rojito
y naranja y es esta charla
la que me devuelve la paz perdida
y reencontrada siempre, sábados
de mi vida, aquí en Zavalla…



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