Ha
recorrido como nadie América Latina, y sus palabras dan cuenta de ese
recorrido, de las plantas, las flores y sus lecturas. En esta pequeña charla
hablamos de su extensa obra y de Madariaga, “un prodigio que todo correntino
debiera conocer, que todo argentino debiera alabar y bailar con él por esos
“tembladerales de oro” que nos ha hecho conocer”, afirma Diana Bellessi.
Paulo
Ferreyra
“Se
sigue escribiendo porque aún se tiene alma. Aun cerca de la emboscada final”,
dice justificando esas pulsiones que la llevan a continuar creando. Esta charla
nació con motivo de una visita que estaba por hacer Diana Bellessi a tierras
correntinas. “Es la tierra de Madariaga, el paisito del subtrópico, casi pegada
a Santa Fe, donde nací y aún tengo una casa para pasar los largos veranos cerca
del Paraná”, contó sobre esa fascinación que se había despertó en ella. Diana
viaja permanentemente, la mejor opción para esta entrevista fue intercambiar
correos electrónicos.
Ella
ha recorrido gran parte de Sudamérica y su obra poética da cuenta de ese
recorrido. Cuenta que echa de menos o volvería a vivir a ciudades como
Guayaquil, México o La Paz. Desde hace algunos años vive en Buenos Aires, en
una casa donde reinan plantas y flores. “Son importantes porque convivo con las
plantas, las flores y convivo con los perros, los gatos, los loros, la lagartija
overa en Zavalla, las lechucitas y tantos, tantos más”.
En
las rondas de lectura poética Diana termina de cerrar los poemas. “Me gusta
leer los poemas más reciente que he escrito, porque ahí se termina de escribir.
Quiero decir que corrijo poemas después de una lectura. El sonido y el silencio
terminan de equilibrarse allí, ante la oreja del escucha, tan importante como
el ojo del lector”, argumenta.
En
esta charla surgen nombres importantes de la poética. Es una gran lectora,
sigue comprando libros de poesía y cuenta que los poetas contemporáneos también
le regalan muchos libros.
— ¿Qué estás leyendo
ahora?
—
A un filósofo coreano que se llama Byung-Chul Han y a otro italiano, Emanuele
Coccia, que En la vida de las plantas,
intenta observar al mundo desde el punto de vista de las plantas milenarias
creadoras de la atmósfera y de nosotros mismos. Además estoy releyendo a
Maeterlinck también en aquel precioso librito: La inteligencia de las flores.
— Pasando ahora a tus poemas, ¿sentiste alguna
vez el vacío de la creación poética, de pasar un tiempo sin escribir poesía?
—
Sí, ahora por ejemplo, aunque ya me siento en la búsqueda de un nuevo libro que
se tensará entre África y el delta del Paraná. Lo sé por los primeros poemas
que han aparecido, es decir entre el presente y el remoto pasado hay poemas en
esa corriente. Cuando era niña quería hacerme monja misionera sólo para ir a África
y le decía a una amiga de la infancia: ¡“Yo te llevaré, yo te llevaré a la
lejana y hermosa África”!
— ¿Cuáles son tus
entradas a la poesía? ¿Cuáles son los recursos que usa para escribir?
—
La soledad es muy importante para llegar a ese estado en que comienzo a
escribir un poema. Estar completamente a solas es mi secreto, el misterio para
entrar a una zona de la que nada sé o mucho sé.. no sé dónde empieza un poema.
Los
recursos son las lecturas de toda una vida, lo que te sorprende del mundo y del
seno del lenguaje donde una se ha criado. Ir muy atrás para luego saltar al
futuro, siempre lo desconocido, siempre el misterio y renovarlo en cada libro,
si no, no se puede continuar escribiendo. Cada libro es una nueva aventura en
grandes o pequeñas variaciones en el seno de la lengua y de la imaginería.
— ¿La poesía es un lugar
de resistencia? ¿Qué significó en tu vida?
—
¿Lo que acabo de contarte te parece un lugar de resistencia? A mí sí, como lo
es un juego de niños para una niña; el interior de tu vida, ese increíble
misterio sólo interrumpido por la maldad del mundo, por su injusticia. O la
injusticia de una minoría sobre las vastas mayorías del mundo. Cuando digo mundo no hablo sólo de otros seres
humanos, sino de todo lo viviente que destruimos día a día, hasta la
exterminación. Esta exterminación nos vuelve cada día de otra especie, hasta
que empecemos a aplicarla a nosotros mismos, creo que estamos cerca ya de esta
matrix final.
— ¿Cuánto de los poetas
y de su experiencia de vida en Perú sigue vivo en usted?
—
Fue como la escuela primaria para mí. Primero Vallejo, luego Arguedas y por
último Blanca Varela con toda la indiada atrás, la cosmovisión chamánica del
sur que me siguió por Ecuador, Colombia, Guatemala, México y los estados del
suroeste de Norteamérica. Los Mamos colombianos con sus cantos y maneras de ver
el mundo aún me hacen temblar.
— Entre sus fuentes
literarias, en ocasiones nombró a Francisco Madariaga, que incluso en Corrientes
es poco conocido. ¿Qué le ha dado o qué encontró en la poesía de Madariaga?
—
Madariaga hizo de Corrientes con sus gauchos, mamitas y palmerales de oro su
patria poética. Es uno de los grandes maestros universales que tiene todo el
continente. El siglo veinte lo atravesó, el rayo del surrealismo interpretado
por América. Francisco Madariaga es el poeta al que siempre he amado y siempre
amaré, lo recuerdo con su botellita de tinto al lado contándome de las
aparecidas en los esteros con su increíble voz de macho del sur. Un prodigio
que todo correntino debiera conocer, que todo argentino debiera alabar y bailar
con él por esos “tembladerales de oro” que nos ha hecho conocer.
— ¡El silencio!, ¿ha
significado siempre lo mismo? ¿Cuánta importancia le atribuye?
—
En la medida humana o en la medida de lo viviente, le atribuyo al silencio la
misma importancia que al lenguaje, por eso elegí la poesía. Luz y sombra o
“mano izquierda de la oscuridad” donde el humano canta y grazna y grita en sus
susurros por la santa continuación de la vida, lo que hemos sido y quizás aún
seremos en la mutualidad de lo viviente, en diálogo con lo que nos ha hecho.
Termino
el correo electrónico agradeciendo su tiempo, su dedicación, sus palabras.
Recibo días después las respuestas y el agradecimiento que vuelve. “Gracias a
vos, querido Paulo”, escribe y todo se vuelve más amable en un lunes
cualquiera. Solo para abrir otra ventana
más de esta gran poeta, a continuación algunos poemas que en varias ocasiones
ha compartido en voz alta.
He construido un jardín
He
construido un jardín como quien hace
los
gestos correctos en el lugar errado.
Errado,
no de error, sino de lugar otro,
como
hablar con el reflejo del espejo
y
no con quien se mira en él.
He
construido un jardín para dialogar
allí,
codo a codo en la belleza, con la siempre
muda
pero activa muerte trabajando el corazón.
Deja
el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo
atisba
las dos orillas, no hay nada, más
que
los gestos precisos
dejarse
ir para cuidarlo
y
ser, el jardín.
Atesora
lo que pierdes, decía, esta muerte
hablando
en perfecto y distanciado castellano.
Lo
que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía
que
te allega, a la orilla lejana de la muerte.
Ahora
la lengua puede desatarse para hablar.
Ella
que nunca pudo el escalpelo del horror
provista
de herramientas para hacer, maravilloso
de
ominoso. Sólo digerible al ojo el terror
si
la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego:
los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en
el espejo frente al cual, la operatoria carece
de
sentido.
Tener
un jardín, es dejarse tener por él y su
eterno
movimiento de partida. Flores, semillas y
plantas
mueren para siempre o se renuevan. Hay
poda
y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde
de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras
la sombra de su caída anuncia
en
el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin
sueño del sujeto cuando muere, mientras
la
especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El
jardín exige a su jardinera verlo morir.
Demanda
su mano que recorte y modifique
la
tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo
la noche helada. El jardín mata
y
pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer
gestos
correctos en el lugar errado,
disuelve
la ecuación, descubre páramo.
Amor
reclamado en diferencia como
cielo
azul oscuro contra la pena. Gota
regia
de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a
la orilla más lejana. I wish you
were
here amor, pero sos, jardinera y no
jardín.
Desenterraste mi corazón de tu cantero.
El fin del día
Bienvenido
silencio amigo mío
en
la oscura noche que apacigua
el
rumor del viento como un guerrero
cuya
furia baila entre los árboles
y
sin verlo yo lo veo limpiar
el
ruido de la mente cacatúa
ensimismada
en su graznido brutal
y
monocorde y vos silencio mío
daga
trueno del monte que rasga
la
mugre acumulada las costras
sobre
el instinto fino muriéndose
de
pura sed por esa atención
donde
yo desaparezco salvo
en
la función de tensar el sentido
hacia
lo visible y su fortuna
inagotable
cercana a dios
silencio
traicionado amigo nuestro
en
el vendaval oscuro del día
dispuesto
vaya a saberse a qué
donde
el alma se pierde como un piojo
en
la cabellera turbia del mundo.
Perdida en la mañana
La
gente me inquieta tanto, a solas
estoy
feliz y calmada, luego todo
se
transforma en un rompecabezas
que
cuesta resolver como si el mundo
se
derrumbara y no sé siquiera
mi
nombre o el número de mi casa,
pero
pasa, sí, con Wanda y los pajaritos
me
siento tranquila y ese gallito
que
canta otra vez, lo oí esta mañana
en
los patios vecinos, sutura
no
es lo mismo que supura, rubia
mía,
el mundo se ha dado vuelta
y
vos
cada
vez sos más chiquita y
necesitás
a
tu papá y a tu mamá pero ya
no
vuelven más y con su sombra
enfrentás
el mundo inmenso
que
se te viene encima, sola, solita
como
esas gallinas que cloquean
mientras
vos escribís tus últimos
poemas
y conversamos con Belkis
alambrada
de por medio, cómo quiero
a
esta mujer, es la única que me habla
como
me hablan los malvones, rojito
y
naranja y es esta charla
la
que me devuelve la paz perdida
y
reencontrada siempre, sábados
de
mi vida, aquí en Zavalla…
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