Cuerpos ceñidos, encorvados, cegados por la pantalla blanca y un cursor que no deja de titilar a cada renglón obligando a la acción del tecleo, mientras la cabeza late a la par de esa intermitencia en busca de los ladrillos perfectos para una edificación llamada texto. Eso somos los que estamos en el oficio de ser periodistas: somos obreros del intelecto en busca de la perfección. Trabajamos afirmados sobre el andamio del inconformismo.
Pero en ese esfuerzo cotidiano, las cosas no siempre salen como están en los planos que elaboraron los académicos “arquitectos”, o la jerarquía proyectista que imparte órdenes desde un eterno modo home office y lejos del overol.
Por eso, tal vez, desde hace ya un par de años el Día del Periodista no se festeja, se trabaja más y acaso se deja un rincón en la noche para elevar alguna copa con un par de colegas en la trinchera. Los festejos corporativos quedan a un lado, en un rincón junto con el desprecio –cada vez más generalizado- a la esencia del periodismo: la honestidad intelectual y el hambre por la verdad.
En medio, un sistema que subyuga: las relaciones con el empleador, los ninguneos, los castigos por salirse del periodismo Outlook, el menosprecio por la palabra – acaso nuestro mayor tesoro –, los salarios bajos, muy bajos, entre otras condiciones que aprietan el oficio que amamos hacer con todo el cuerpo.
Este trabajo se enciende chispeante hoy, como un hogar, mientras leemos por diferentes medios cuestiones relacionadas con algún personaje que vamos a entrevistar. La tarea prende en la charla que se hace en vivo o como ahora, por la pandemia, sólo por teléfono. Después se vuelve un nido acogedor frente a una pantalla y martillamos un teclado para edificar un texto.
Entre los grabados, los dibujos, las pinturas, el mundo continuó mirándose en la palabra. Vino la fotografía, el cine, la televisión, internet y pese a los apocalípticos del papel, la palabra sigue y seguirá estando presente. La palabra construye, evoca, sugiera, reflexiona. Conocemos las virtudes de la tecnología actual, pero erigimos este edificio con la palabra escrita.
Salir a cazar temas, encontrarlos en diálogo con el entorno y con el medio es una provocación permanente a un statu quo del corte-pegue y el cliqueo fácil. Acaso el goce, disfrute, felicidad, durará después un instante, alguien que nos hizo saber que compró el diario y leyó la nota. También un “me gusta”, un “visto”, en las redes y cuánto mucho “un compartido”. En la trinchera siempre es un o una, no más. El flash se apaga rápido y hay que volver a empezar, buscar tema, hacerlo, escribir y publicar. Y la máquina cementera del albañil vuelve a girar una vez más para el eterno construir periodístico.
Atropellos
El desánimo nunca avanzó tanto como en estos tiempos. La seudo profesionalización del periodismo llevó a que se llenaran las carreras de estudiantes, quienes después fueron absorbidos por instituciones o reparticiones de gobiernos municipales, provinciales, para escribir y difundir sobre sus personalidades o actividades. A su vez, en los medios tradicionales, radios y diarios se vuelven periodistas Outlook, que tienen sus casillas de correo electrónico repletos de notas, enviadas por el propio organismo público y por el departamento de publicidad del medio, bajo el entrecomillado de “prioridad”. Así se están tejiendo hoy algunas páginas de los medios, algunos programas y otros tantos de difusión masiva.
Hace unos años, cuando el técnico Miguel Angel Russo dejó el Club Vélez para ir a Boca los hinchas reaccionaron con furia y se manifestaron en varias banderas que colgaron en la cancha, en una de ellas se podía leer la leyenda amasada en la sabiduría popular: “Ru$$o, la plata no te cambia, te delata”. Eso mismo les pasó a algunos de nuestros compañeros y compañeras.
Desafíos
Mientras el oficio se reconfigura, en medio de la pandemia muchos descubrieron, o no, que cualquiera puede ser periodistas. Esa improvisación que alimenta el descarte en cualquier momento, dinamita las bases de la profesional, del profesionalismo. Todo puede ser cambiado de un plumazo, porque hicieron que todo pierda su valor intrínseco y lo equipararon hacia abajo, hacia el lodo de la mediocridad.
Hoy hay cientos de músicos, escritores o directores de cine conversando con sus pares sobre cómo viven o qué hacen en este momento, diálogos que se transmiten en vivo y que resultan ser entrevistas, charlas que ayer nomás las hacíamos los periodistas. Alguien dejó la silla vacía y vino otro alguien para ocuparla rápidamente.
Por si fuera poco, la noticia dejó de tener novedad porque fue vaciada de interés, de lo importante. Ahora, el periodístico banal, de entretenimiento, sólo busca un mero “impacto” a la caza de algún clic en las redes, para luego extasiarse con las estadísticas mensuales de visitas en el sitio web, sin importar el anzuelo que usaron. Todo vale: desde un título impreciso redactado adrede que se disuelve por su propia falsedad, hasta aquellos datos expandidos a fuerza de humo vendido y comprado para que alcance la categoría de “titulazo”. O bien la ya desgastada estrategia de la intriga, que no atrapa más, sino que produce repulsión.
La dictadura del clic refuerza sus tentáculos para el vaciamiento generalizado, desinformando, fusionando todo contenido a la propaganda oficial rentada y rentable, siguiendo a los mercenarios y a los falsos ilustrados con egos infinitos que sólo se enceguecen con las luces artificiales de una maquillada literatura exprés.
Así estamos viviendo en estos tiempos. Muy poco para festejar y mucho para reconstruir.
Rascar donde no pica
“Scratch where it doesn't itch”, dice un filósofo norteamericano llamado Richard Rorty. Hacer filosofía es rascar donde no pica, pues hacer buen periodismo en parte es hacer eso, rascar donde no pica: por qué tengo estos dedos, qué hago con ellos, qué toco y qué manipulan estos dedos. Hay partes de nuestro cuerpo que no prestamos atención. Como pasa cuando una mujer o un hombre duermen en la plaza y se hacen paisaje. Se vuelven parte del cuerpo visual que tenemos. Ahí debemos ir a rascar. O cuando algunos músicos hacen conciertos en vivos dos veces por semana con sus pares de distintos puntos de la provincia, del país, de Latinoamérica. Hay que rascar donde no pica.
Aguzar los sentidos, todos los sentidos, para rascar con temas o personalidades que están a nuestra vista, pero nadie parece tocar o reparar en ellos. El canal, el medio para transmitir eso que vamos produciendo, está cambiando y acaso es nuestro mayor desafío para adaptarnos. Vamos a contarte historias que trabajamos para conocer y desentrañar. Pero siempre la construcción será desde el texto, desde la tarea de ensamblar verdades, desde la experiencia del mismo oficio y, siempre, plantados a pie firme en el andamio de la insatisfacción. No tenemos el salario asegurado y edificamos ahí donde somos, martillando un teclado. La realidad máxima es que escribimos para seguir siendo.
Esa es la revolución hoy: defender el profesionalismo contra los iluminados del mercantilismo. El Día del Periodista hace años no se festeja, se reflexiona. Afortunadamente todavía hay muchos obreros dispuestos a reconstruir, y en ellos anida la fuerza de la esperanza.
Por Gustavo Lescano - Paulo Ferreyra
excelente
ResponderEliminarGenial descripción de la realidad actual de tu profesión. Yo como diseñador gráfico egresado de la unne puedo dar fe de lo que contas. Fuerzas Gustavo sigamos por afuera de la huella haciendo la nuestra propia.
ResponderEliminarDura. Tan real que duele aceptarla. Excelente!
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