La escritora María Rosa Lojo estuvo presente en
la Feria Iberoamericana del Libro del Chaco “Leer en democracia”. Trajo su
libro más reciente Lo que hicieron ahí, editorial
Corregidor. A María la acompañará Milagros Rojo Guiñazú.
Organizada por la Fundación del Libro y la Cultura y el Gobierno de la Provincia del Chaco a través del Instituto de Cultura y de los ministerios de Educación y de Planificación, Economía e Infraestructura, esta edición de la feria celebra más de quince años de trayectoria. Está abierta al público hasta este domingo 10 de septiembre y se pueden adquirir libros al 50 por ciento de su valor.
María Rosa Lojo es poeta, narradora y ensayista. Su obra
creativa incluye libros de microficciones líricas y poemas en prosa. Además, sus
libros se ha traducido al inglés, francés, italiano, gallego, tailandés y
búlgaro. En el presente año la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires la
declaró Personalidad Destacada de la Ciudad en el ámbito de la Cultura.
En el marco de la Feria Iberoamericana del Libro llega para
presentar su más reciente obra literaria Lo
que hicieron ahí. En esta charla hablamos del libro y también de la
literatura de género.
— Tenemos en manos un nuevo libro de cuentos que puede ser leído en clave de novela. ¿cómo surgió esta obra?
— Con un primer cuento, Perfiles, geminó todo un libro. En
este cuento hay dos personajes claves que después se van a desarrollar en
cuentos posteriores. A partir de una situación anómala que se describe en ese
cuento. Hay una escena, encuentro sexual en un hotel. A partir de ahí se me
ocurrieron otras situaciones con esos dos personajes. A lo largo del libro se
despliegan líneas cronológicas distintas y en direcciones diferentes, pasado y
presente.
— ¿Cómo es la
construcción de esas historias que se fueron ramificando? ¿Te la pedía el mismo
texto o buscaste abordar determinados relatos?
— Las historias se suceden a medida que escribo. Fuera de la
escritura no pasa nada. A medida que iba escribiendo se me ocurrieron nuevas
vinculaciones posibles a partir del primer cuento.
Te cuento una escena: hubo un accidente de un micro escolar que choca contra un camión cuyo conductor está borracho. Desde ese lugar se disparan los vínculos de familias de una zona geográfica determinada. Desarrollé la vida de distintas personas, como por ejemplo la vida del camionero. Este libro tiene una estrecha vinculación con toda la historia del país, que también se va palpando a lo largo del desarrollo del libro. No voy adelantar más para que sea el lector quien reconstruya la historia.
—¿Pensaste en algún
lector en especial?
— Cada relato tiene su independencia. Si los lectores pueden
leer los cuentos al azar, pero van a entender la historia de una forma mucho
más profunda se leen le libro de una forma metódica. Van a entender mucho más y
van a disfrutar mucho más de su lectura, de los personajes y las distintas
escenas. Aconsejo leerlo en orden. De esta forma van armar el rompecabezas de
una forma mucho más acabada.
— Saliendo un poco del
libro, me gusta el concepto de la metáfora como un puente. Tu escritura de
alguna manera se fue configurando así, ¿tu escritura está hecha de puentes?
— Sí, totalmente. Voy a completarlo con otro concepto. Siento
que escribo en redes. Escribo en redes porque ningún personaje está aislado del
todo. La vida es así y no existe el individuo aislado, existe el individuo en
relación con otro. Me parece que si algo podemos hacer los escritores y las
escritoras es constituirnos en ese canal por donde fluyan las diversas voces
que componen el todo.
— Ahí también quería
llegar, además de una gran escritora sos una gran lectora, ¿podes nombrarnos
algunas de esas voces de la cual sos un canal para decirnos cosas?
— Cuando era chica en mi casa no tenía una tradición
argentina. Mis padres eran españoles, venían de la diáspora. En casa había
libros y mi mamá había tenido una librería en Madrid. Es decir, había material
de lectura, pero no había libros argentinos y esa fue una ausencia de la que me
fui dando cuenta con el paso del tiempo.
Entré a la literatura argentina a los 14 años, en plena adolescencia,
cuando mi papá me trajo un stand de libros de la colección Clásicos de Jackson.
Ahí leí el libro Los siete platos de
arroz con leche de Lucio Mansilla. El autor contaba un momento importante
de la Argentina. Retrató a su tío Juan Manuel de Rosas leyéndole el mensaje que
piensa leer en la Legislatura en víspera de su caída. Es una anécdota familiar
que ocurrió en la intimidad y que configuró de alguna manera mi forma de hacer
literatura. De lo íntimo a lo público. Ese libro ha marcado mi propio camino.
Escribo historias, hago microhistorias colectivas a través de la historia
familiar.
— ¿Qué otros nombres
pasan por este canal?
— Son muchos. En mi adolescencia también descubrí a Jorge
Luis Borges. Miguel de Cervantes es otro, quien en el Quijote habla sobre el
conocimiento engañoso de la realidad. Después leí de manera temprana y con
mucho impacto a los poetas de la Generación Española del 27. Años más tarde
vino Victoria Ocampo, la literatura latinoamericana con Juan Rulfo, por
ejemplo, un escritor que sabía de reunir voces. Hay muchos.
— Hace poco Mariana Enríquez
decía que del Boom Latinoamericano pasamos a Bolaños y después, el presente,
con la corriente feminista de escritoras. ¿Coincidís con esa división?
— En cuanto a difusión internacional creo que ese fenómeno ocurre en la actualidad. Ahora hay que decir también que las mujeres siempre hemos producido literatura. Siempre hubo literatura disruptiva escrita por mujeres. Hoy hay una generación que tiene más visibilidad.
Hubo grandes escritoras pero que fueron menos visibles.
Escritoras que eran leídas de manera lateral. Pero siempre existieron mujeres
que estuvieron escribiendo y publicando. Una de las tareas a las que me aboqué
justamente fue revelar el trabajo de las escritoras del siglo XIX. Un ejemplo
claro es Eduarda Mansilla. Sarmiento fue un feminista a su manera, promovió la
educación femenina y las obra de las mujeres.
El feminismo literario no se ha inventado hace diez minutos.
Recordemos que había mujeres que acompañaron la Revolución Francesa y que
escribían sobre los derechos de la mujer. En nuestro país los movimientos
pidieron diferentes cosas en momentos distintos de nuestra historia. Ahora hay
un momento de visibilidad excepcional donde, además, se amplían los derechos.
— En los últimos años
has visitado muchas ferias de libros, ¿qué significa para vos venir a la Feria
Iberoamericana del Libro?
— Para mí visitar cada feria significa mucho. Estuve varias
veces en Resistencia, en la Universidad y en la Fundación Mempo Giardinelli. En
la Universidad tengo la alegría de que estudien mis libros, la profesora que me
va acompañar a presentar mi libro, Milagros Rojo Guiñazú, es quien trabajó mis
textos. Hace unos años, antes de la pandemia, estuve realizando unos seminarios
en Resistencia. Es una gran satisfacción venir, me enriquecen muchísimo todos
los encuentros con lectoras y lectores.
— De alguna forma,
también para eso se escribe, ¿o no?
— Escribimos siempre para descubrir algo. No escribimos para
informar a los lectores de cosas ya sabidas. Ante todo, escribir es un acto
exploración. En lo personal, implica comprometerse en una aventura de
revelación o autorrevelaciones de algo que no estaba dicho o que no estaba
descubierto.
Los libros sin lectores no existen. Pasan a ser objetos o
pedazos de papel, manojos de papel de nada. Son los lectores quienes despiertan
los libros como potencialidad. Creo que no somos plenamente conscientes los
escritores de lo que sucede con los libros. En
lo personal, no escribo para leerme a mí misma. Habrás visto que tengo un concepto muy
colectivo del sujeto creador. Se construye en diálogos. No se construye en
soledad. Si bien la tarea de escribir es una tarea muy solitaria por su misma
naturaleza, estamos sentados frente a una máquina o frente a una hoja de papel,
el poder de la escritura se revela cuando se comparte. Se abre un mundo cuando
compartís tus textos. Si no compartís tus textos se convierten en una cárcel de
los sentidos.