Días atrás la noche la noche se hizo de carne y vida con sonidos ancestrales. Sonidos en Diagonal – músicas, silencios y memorias en la ciudad de La Plata, fue la propuesta organizada por el museo musical Doctor Emilio Azzarini. La apertura fue con el cuarteto de cuerdas de la Universidad Nacional de La Plata y para el cierre llegaron los Candombes en diagonal: Memorias sonoras afroargentinas en La Plata.
Con palillos o con las manos, jóvenes de todas las edades,
hacen sonar los tambores. Caminan por la ciudad de las diagonales. Mientras un
grupo importante hace vibrar los instrumentos otros caminan acompasando esos
golpes y después directamente bailando. El cuerpo ya sumergido en una música
que en Corrientes dirían que viene de un tiempo Imaguaré, ejecutada hoy con la
sangre pulsando historias.
Barricas
En el Perú utilizaban el cajón peruano para hacer música afroperuana. En el Río de la Plata se crearon instrumentos de percusión con las barricas en las cuales se transportaban cosas para importación o exportación.
La utilización de las barricas como instrumentos de
percusión tenía varios puntos a favor, no había que ahuecar la madrea y era
fácil de construir. “Cabe recordar que durante mucho tiempo estuvo prohibido
que los negros toquen el tambor. Había una ordenanza que decía que aquellos que
tocaban el tambor tenían la pena de 200 azotes. Entonces ponerse a tallar un
tambor era peligroso. En ese contexto, desarmar una barrica y colocar un parche
era más sencillo para armar y desarmar. Así también la disimulaban como
herramienta de trabajo”, explica en comunicación vía WhatsApp Facundo Binda,
luthier y musicólogo del Museo musical Doctor Emilio Azzarini.
Los africanos que trabajaban en el puerto empezaron a
utilizar las barricas de importación y exportación para hacer sus tambores. A
partir de esta historia el personal del museo hizo un trabajo sobre la comparsa
de la Nación Lucamba que fue la comparsa platense de 1892, de los afroargentinos
identificados como Nación Lucamba. Ellos usaban un tambor sopipa, que es un
tambor gigante, un tambor hecho con un barril de más de 300 litros que le
colocaban ruedas e iban desfilando por la calle de la ciudad.
El fulgor de tambores bajo la luna se dio el último sábado, en Museos a la Luz de la Luna. El motivo fue hablar de los orígenes de La Plata, “esa parte de la historia de los primeros afroargentinos que construyeron la ciudad y dejaron su identidad musical en ella”, agregó Binda. La vibración de los instrumentos y de los cuerpos brillaron tanto como la luna llena.
Cuerpo vivo
Con las manos o con los palillos, es el cuerpo vivo completo que golpea los tambores. Alrededor los jóvenes se dejan beber por la música y bailan, las sonrisas y la felicidad se contagia, se respirar por momentos en el aire.
Todo esto me remonta a las palabras de Mónica Ojeda,
escritora ecuatoriana, quien publicó un libro bajo el título de Chamames eléctricos en la fiesta del sol, título
precioso. En una entrevista hablando del libro dijo, “bailar. Recuerdo aquello
de bailar y pienso en lo político que puede ser un momento así. Toda fiesta es
un reclamo de vida. La fiesta es importante. En una fiesta, en un baile, el
cuerpo se mueve sin ningún fin, sólo con el objetivo de sentirse vivo. Toda
fiesta es un rito: el rito primigenio. Antes de inventar la escritura, insiste
Ojeda, ya bailábamos alrededor del fuego. Antes de la palabra misma, se cantaba
al ritmo del tambor”.
Ya pasaron varios días de que se realizó la tocada de
tambores bajo la luna. Todavía viven los recuerdos de una noche mágica. Fotos y
videos corren como río de luces. La vida continúa ahora en los estudios y en
los trabajos diarios. Unos cuantos caracteres en este momento suben el volumen
en una hoja blanca para que los tambores no nos abandonen nunca.
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